HISTORIAS DEL DISTRITO. RAMÓN

 “Vivo sin embargo  la calle, los figones y la Plaza Mayor,
 como si hiciese más de lo que voy haciendo,
 y me paseo por Madrid regustando lo que tiene
de fénix de los ingenios él mismo” 

RAMÓN Gómez de la Serna . Automoribundia 

 

En esta ocasión rescataré la memoria de uno de los más grandes flaneadores de Madrid, que vivió en nuestro barrio. “Flanear” es una palabra de origen francés (flaneur: “paseante”, “callejero”) que viene a retratar a quienes gustamos de andar azarosos sin buscar nada especial pero quizás deseándolo hacer.

Allá en los veinte del siglo pasado en María de Molina (hoy número 32), esquina con Lagasca, el célebre abogado y político Javier Gómez de la Serna adquirió un hotelito. Como les comentaba en En los límites de Madrid (DSalamanca, diciembre 2021), esta zona estaba por hacer. Era amplio, constaba de tres pisos, con algún balcón y un jardín con bancos al fondo. Desde allí se escuchaban perdices en los solares de enfrente y se veían pasar al amanecer arrieros de camino hacia el centro.

Lo adquirió para que no les faltase casa a sus hijos (Ramón, Pepe, Javier, Julio y Lola). Aunque algunos de ellos (Ramón y Julio) vivían cada uno por su lado. El pequeño, Julio, ganó con el Real Madrid una copa del Rey (1916-1917), y al parecer era un buen defensa central y con rango en el equipo. Esto fue antes de ser más conocido por su faceta de traductor, editor y escritor.

RAMÓN (he decidido escribir su nombre como le gustaba hacerlo a él mismo), entonces oficial técnico de la Fiscalía del Tribunal Supremo, llevaba una tertulia en un café y botillería allá en el centro (Carretas, 4), en la que eran asiduos Bergamín, Bacarisse, Gutiérrez Solana, Azorín, Manuel Bueno, Francisco Vighi y muchos otros que pasaron por su fama, probablemente Norah Borges y con certeza su hermano Jorge Luis. Además, escribía artículos que él mismo se encargaba de llevar con su sidecar.

RAMÓN Gómez de la Serna en su despacho (foto superior)  y tal y como se conserva hoy en el Museo de Arte Contemporáneo.

 

RAMÓN había diseñado en la calle Puebla su despacho y un universo particular que constaba de espejos, una lápida (que le obliga a quitar su padre en el hotelito), cuadros, libros, maniquíes y bolas de cristal azogado colgadas en el techo. Después lo quiso mantener en el hotelito de María de Molina, en aquella habitación azul y con balcón; pero no tenía aprecio alguno por aquel edificio y a la muerte de su padre lo llevó a una buhardilla en lo que vino a llamar  “el Torreón” (Velázquez, 4). Lo alquiló al Vizconde de Matamala por 25 pesetas al mes. El vizconde era un viejo amigo de su padre y también lector de RAMÓN, por lo que resultó fácil que se lo alquilara.

“El Torreón” era un pabellón solitario frente al jardín de la casa y los jardines del Retiro. Aquel lugar le resultó mágico y lo adaptó a su gusto. Del techo y paredes hizo un collage al completo. Entre otros objetos contaba una perdiz artificial, placas de “Peligro de muerte” que colocadas en los estantes advertían a los visitantes para que no se llevaran los libros, un pájaro metálico que cantaba, bolas de cristal (moradas, verdes, plateadas…), numerosos pisapapeles (le fascinaban), manos de llamadores, caretas de bronce antiguas… Y como le era necesaria la calle, comprometió a la Compañía de Gas hasta conseguir un farol que le iluminaba cuando escribía. RAMÓN no estaba solo, le acompañaba una muñeca de cera que encargó en París.

RAMÓN gustaba de escenificar sus presentaciones de forma 'diferente', por ejemplo sentado en un trapecio.

 

Ulteriormente lo trasladó a su otro piso alquilado —un interior— en la calle Villanueva, 38. Es singular esta nueva residencia porque le instalaron un micrófono desde el que se transmitía por radio (Unión Radio, primavera 1932 - verano 1936) cada semana un programa denominado Parte del día de una duración de 30 minutos. Era sorprendente y estrambótico: hacía comparativas entre los tictacs de un reloj o entrevistas simuladas en las que los conferenciantes parecían tener la boca llena de polvorones.

RAMÓN también se desplazó para realizar el primer reportaje radiado en España al entrevistar a gente de la Puerta del Sol (chóferes, vendedores, paseantes…) y en el interior del Café de Levante (jugadores de billar, camareros…). Quizás fuera el primer reportero radiofónico que se conozca por aquí. RAMÓN obtuvo su inspiración en sus paseos por El Retiro y El Rastro, e intentó llevar Madrid al interior de su despacho y museo portátiles.

Actualmente podemos disfrutar de aquel despacho en el Museo de Arte Contemporáneo en la calle Conde Duque (9 y 11), donde existen dos salas permanentes: lo que quedó de ellos. Quien ame Madrid no debe dejar de visitar este museo, donde nos queda el legado de uno de los mejores embajadores de esta ciudad que nunca duerme, y donde la Luna, cuando se retrasa en el amanecer, lleva los zapatos en la mano para que no la sintamos llegar a su casa.


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