Las disparidades económicas, étnicas y lingüísticas tienden a modificar fronteras que se suponían inalterables al tiempo que ocurren migraciones en gran escala. Se trata de grupos humanos que se movilizan para huir de situaciones desesperadas o para contener o expulsar de áreas definidas a otros grupos humanos.
Éstos y otros fenómenos muestran cambios profundos particularmente en la estructura y en la concepción del Estado. Por una parte, asistimos a una regionalización económica y política; por otra, observamos la discordia creciente en el interior de países ya incluidos en esa regionalización. Es como si el Estado nacional, diseñado hace doscientos años, no aguantara ya los golpes que le propinan por arriba las fuerzas multinacionales y por abajo las fuerzas de la secesión.

Así, el viejo concepto de soberanía nacional queda sensiblemente disminuido. Todo el aparato jurídico-político del Estado, sus instituciones y el personal afectado a su servicio inmediato o mediato, sufren los efectos de esa crisis general. Ésa es también la situación por la que atraviesan las Fuerzas Armadas, a las que en su momento se les dio el rol de sostenedoras de la soberanía y de la seguridad general.
Privatizada la educación, la salud, las comunicaciones, las reservas naturales y hasta importantes áreas de la seguridad ciudadana; privatizados los bienes y servicios, disminuye la importancia del Estado tradicional. Es coherente pensar que si la Administración y los recursos de un país salen del área de control público, la Justicia seguirá el mismo proceso y se asignará a las Fuerzas Armadas el rol de milicia privada destinada a la defensa de intereses económicos vernáculos o multinacionales. Tales tendencias se han ido acrecentando últimamente en el interior de los países…