El tiempo humano no es lineal

La concepción naturalista del tiempo que han padecido hasta hoy la historiografía y la filosofía de la historia reposa en la creencia de la pasividad del ser humano en la construcción del tiempo histórico, y con ello se ha llegado a considerar a la historia humana como “reflejo”, epifenómeno o simple polea de transmisión de acontecimientos naturales. Y cuando, en un aparente salto de lo natural a lo social, se ha hablado del conjunto humano como productor del hecho histórico, se ha seguido arrastrando el naturalismo en el que la sociedad se ha “espacializado” dentro de una ingenua visión del tiempo.

Un pensar reflexivo estricto nos lleva a comprender que en todo quehacer humano los tiempos no se suceden “naturalmente”, sino que constructivamente actúan los instantes pasados, presentes y futuros, siendo tan determinante lo ocurrido en cuanto memoria y conocimiento como los proyectos que se tratan de alcanzar por la acción actual.

El hecho de que el ser humano no posea una “naturaleza” del modo en que la tiene cualquier objeto, el hecho de que su intención tienda a superar las determinaciones naturales, muestra su historicidad radical. Es el ser humano el que se constituye y se construye en su acción-en-el-mundo y con ello dota de sentido a su transcurrir y al absurdo de la no intencional naturaleza. La finitud, en términos de tiempo y espacio, está presente como primera condición absurda, sin sentido, que la naturaleza impone a la vida humana con claros registros de dolor y sufrimiento. La lucha contra ese absurdo, la superación del dolor y el sufrimiento, es la que da sentido al largo proceso de la historia.


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