CINE. ‘Tutti Frutti, el templo del underground’ e ‘Itoiz udako sesioak’
ANA FRANCA ÁLVAREZ, 28 de mayo de 2025
Escribir sobre cine documental es tan difícil, o incluso más, que realizar una crítica sobre una película de ficción. Un documental audiovisual intenta representar un aspecto de la realidad mediante hechos, situaciones y personajes reales. Su finalidad es informar sobre lo ocurrido. Un aspecto interesante es que, dependiendo de quién lo narre, puede variar su enfoque, su pedagogía y su narrativa, según la visión del realizador.
Esta semana tuve la oportunidad de ver dos documentales inéditos en Madrid: Tutti Frutti, el templo del underground (Laura Ponte y Álex Albert. México, 2022) e Itoiz udako sesioak (Larraitz Zuazo, Zuri Goikoetxea y Ainhoa Andraka. España, 2024). Ambos trabajos audiovisuales están unidos por otra forma de arte: la música. En concreto, el género rock. El rock como elemento transformador de sociedades y culturas enteras.
El primer documental narra la historia y la trascendencia de un mítico garito de los años 80 y 90 en el entonces Distrito Federal, un sitio fundamental para la transformación definitiva de la música y la cultura en México. Después de la represión a los movimientos estudiantiles de los años 60 y 70, la música estaba alienada por una única empresa de comunicación, estrechamente ligada al Gobierno de la época. Los jóvenes nacidos entre finales de los 60 y los 70 no contaban con espacios alternativos de reunión y creatividad.
Es entonces cuando dos jóvenes una chica mexicana, Brisa Vázquez, de 19 años, y un joven belga, Danny Yerna, de 21 se conocen en Benidorm. Después del sismo del 85, deciden volver a la Ciudad de México para compartir la escena musical europea, la cultura punk y alternativa que difícilmente llegaba a esas latitudes. Bajo el cobijo de la distancia con respecto a los centros económicos alineados con el poder en el Distrito Federal, y de forma clandestina, nace en el Apache 14 el bar Tutti Frutti.
Lo demás es historia: en el Tutti no nacieron bandas, los proyectos nacientes se potenciaron, música, conceptos visuales, artes escénicas; el lugar unió por primera y única vez a la juventud de Distrito Federal, hoy CDMX; dentro de sus asistentes daba igual hijos de privilegiados, burócratas, clase media, y empleados, también a la clase obrera; y fue más allá con los paupérrimos y desechos populares. Todo el mundo entraba en el Tutti Frutti, con una única condición: amor y respeto.
Diez años antes, al final de la dictadura franquista, un grupo de chavales liderados por un joven casi un niño llamado Juan Carlos Pérez fundan Itoiz, el grupo emblemático del País Vasco, conocido también en Francia y otros países europeos. El no saber el idioma no les era ajeno, porque así era la época: pocas personas eran bilingües en el mundo en general.
Su rebeldía, su energía y las letras de sus canciones casi poemas son fantásticas, aunque escritas y cantadas en euskera, lo que dificulta enormemente su entrada al resto de España. Fue puro rock progresivo de Mutriku en los años 70.
El documental narra una reflexión profunda de Juan Carlos Pérez, líder e integrante del grupo, desde su juventud hasta 50 años después. Interesante cómo él mismo es capaz de criticar duramente su obra, pero reconoce que es producto de la energía.
Poco a poco, involucra e hila tranquilamente las reflexiones de otros miembros de la banda. Nos muestra la amistad y las enemistades entre ellos, la lealtad, la ambición, la sensibilidad y el virtuosismo de cada uno.
La narración de las autoras es mediante entrevistas con los personajes y ficción, muy bien desarrolladas, y en donde los personajes son jóvenes reales músicos de la zona.
¿Por qué en ese orden la crónica? Porque en ese orden tuve la oportunidad de verlas. Esperemos más pases de ambas en Madrid.
Ambos documentales nos revelan que, bajo la represión y la dureza de los Gobiernos autoritarios, persiste un deseo vivo de libertad. El arte rebelde será la música, y en concreto, el rock en todos sus géneros como expresión de vitalidad, entusiasmo y esperanza por cambiar el mundo.
Este texto está dedicado en Memoria a Dani Wakantanka.
ANA ÁLVAREZ