Quitarnos la mascarilla

El 20 de abril dejó de ser obligatoria la mascarilla en interiores, excepto en centros sanitarios, sociosanitarios y medios de transporte. En estos casos, eso sí, con ciertas excepciones: personas con alguna enfermedad o dificultad respiratoria que pueda verse agravada por su uso, que por su situación de discapacidad o dependencia no tengan autonomía para quitársela o presenten alteraciones de conducta que hagan inviable su utilización. Tampoco cuando, “por la propia naturaleza de las actividades, la utilización de la mascarilla resulte incompatible”, según indicaciones de las autoridades sanitarias.

Eso sí, los servicios de prevención de cada empresa o institución tienen competencias para exigirla si lo creen necesario por el tipo de trabajo o las condiciones del puesto. Para ello necesitarán, claro, un informe de riesgos laborarles en el que fundamentar tal medida. Así que cabe la posibilidad de que en tu tajo, querido lector, tengas que llevarla aún una temporada más. Asimismo, si eres positivo por COVID, habrás de usarla durante diez días a contar desde el diagnóstico de la enfermedad. También, aunque la medida del “adiós a la mascarilla” afecta a todos los espacios públicos, habrá negocios en los que sus dueños podrán obligar a los clientes a llevarla amparándose en el derecho de admisión. Y por supuesto, quien quiera seguir usándola donde quiera, podrá hacerlo y nadie tendrá derecho a impedírselo, faltaría más.

Bueno, creo que no me equivoco si digo que ésta era una de las medidas más esperadas desde que la pandemia nos estalló en las narices, resultando ya un comentario tópico oído por doquier lo hasta el moño que estaba todo el mundo del dichoso objeto y las ganas que tenía de mandarlo a freír espárragos. Pero claro, cuando ese momento ha llegado, se ha suscitado polémica, como cabía esperar en una sociedad como la nuestra. Y los medios se han lanzado a mojar pan en esa salsa, como también cabía esperar. Así, según una encuesta de 40dB para El País y la Cadena SER, un 48,5% de la ciudadanía creía que se iba a sentir “poco o nada seguro” sin el cubrebocas, frente a un 48,4% que declaraba estar “muy o bastante seguro” (un 3% no sabe o no contesta). En cuanto al momento de hacerlo, un 54,2% lo consideraba demasiado pronto, a un 28,2% le parecía el adecuado y un 10,2% creía que llegaba demasiado tarde (un 7,5% NS/NC). Gran disparidad de opiniones, no podía ser de otro modo, que también se han ido reflejando en preguntas ambulantes micrófono en mano de los distintos medios de comunicación.

En la práctica, o al menos lo que yo he visto, el primer día casi parecía que no había cambiado nada: muchísima gente seguía usándola incluso por la calle, por inercia, recelo, urbanidad o cualquier otro motivo. Luego, poco a poco, se ha ido viendo que cada vez más personas se atrevían a quitársela, y hoy hay muchos madrileños (no es centralismo: vivo en Madrid y cuento lo que veo, recuerden) que no la usan excepto donde sigue siendo obligatorio, y otros bastantes la siguen usando “por si acaso”, pero tampoco he observado disputas por este motivo. Parece que por una vez la gente vive y deja vivir, lo que resulta una alegría, al menos para quien esto suscribe.

En cuanto a mi opinión (ya que esto es una columna de ídem), les diré que me alegro de que la normativa se haya relajado a este respecto, pues ya estaba hasta el gorro de semejante invento, que amenazaba con deformar mis queridas orejas (tengo unas orejas bien bonitas, amigos y amigas). Ya vengo diciendo hace tiempo que, con las dosis correspondientes de la vacuna puestas y con tanta gente que ha pasado ya la enfermedad, el efecto de la misma no puede sino ser bastante más suave que al principio. A estas alturas, no creo que se trate ya de no coger la COVID (a no ser que seamos población de riesgo, entonces todo cuidado es poco), de hecho la vamos a terminar cogiendo todos muchas veces, sino de que no nos afecte más que una simple gripe, cosa que ya está pasando: al menos en mi entorno, toda la gente que ha enfermado por coronavirus la ha pasado sin mayores problemas. Y eso, vecinos y vecinas, es una buena noticia, ¿no les parece?


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