AL BORDE DE LA SEGUNDA FASE

Escribo este artículo el domingo 7 de junio, un día antes de que Madrid pase a la segunda fase en esto de la desescalada hacia "la nueva anormalidad". Y ciertamente lo peor parece haber pasado ya, aunque no conviene relajarse, pues esto aún no ha terminado y, como en toda pandemia, se esperan repuntes.

Qué cosas: al empezar este año nadie era capaz de prever lo que hemos vivido en los últimos dos meses y medio, y si alguien nos hubiera venido advirtiendo seguramente le hubiéramos dicho que no le convenía ver tantas películas postapocalípticas. Desde que la situación se desbocase a lo largo de la segunda semana de marzo y el Gobierno declarase el estado de alarma a finales de la misma, hemos experimentado un auténtico cóctel de sentimientos a la máxima intensidad. Sin duda en primer lugar el horror ante la creciente cifra de muertes sin que aún se atisbara que hubiéramos "tocado fondo" en la pandemia, sin vacunas, sin tratamientos de eficacia probada, con la sanidad muy maltrecha tras años de recortes y privatizaciones. También la pena infinita por no poder abrazar a los seres queridos con los que no convivimos y la inquietud por su situación, especialmente si estaban entre la "población de riesgo". Miedo, a muchas cosas: al contagio; al fantasma del desabastecimiento, azuzado por no pocos medios de comunicación; a la sociedad que pudiera salir de todo esto, más deshumanizada, más insensible, más individualista... extremos que felizmente no parecen haberse cumplido.

Orgullo, por todas las personas que han seguido en sus puestos para que nuestra sociedad siga adelante (trabajadores de la sanidad y del resto de servicios públicos, personal de los establecimientos considerados "indispensables", mensajeros y repartidores de todo tipo, periodistas...); y también por todas aquellas que han resistido tanto tiempo encerradas en sus casas, saliendo solo lo imprescindible, para parar en seco la proliferación del virus (con mención especial a niños y niñas, para los que la vida debería ser movimiento a todas horas y sin parar, y nunca encierro forzado. Bravo, campeones). Alegría, al comprobar la enorme cantidad de iniciativas solidarias y de apoyo mutuo surgidas desde la "gente corriente" para ayudar a otra gente que pueda estar pasando dificultades: despensas solidarias, redes de compra, propuestas culturales y de entretenimiento para sobrellevar lo mejor posible la situación, grupos de apoyo de todo tipo... Demostrando entre todos nuevamente la vigencia de aquello tan bonito de "solo el pueblo salva al pueblo", esto es, que de esto (y de todo) salimos todos juntos o no sale nadie (y no se entienda como amenaza, sino como descripción de la pura realidad).

Y también, por qué no, esperanza: la de que otro mundo es posible. Nuestra forma de vivir en este planeta, más siendo tantos, nos ha llevado a esta situación, que ha venido a probar una vez más que o cambiamos de hábitos o lo vamos a pasar muy mal. Estos días nos han enseñado cómo, por ejemplo, la naturaleza se regenera a toda mecha en cuanto dejamos de hacerle la puñeta, y ha sido alucinante ver en Madrid ese cielo tan limpio, escuchar tan nítidamente el canto de los pájaros y comprobar cómo surgían plantas hasta de los más pequeños huecos entre adoquines. Por otra parte, las iniciativas de apoyo mutuo a que aludía en el párrafo anterior han resultado excelentes "prototipos" de lo que podría ser una sociedad basada en la cooperación, valor que siempre será muchísimo más eficaz, económico, potente y gratificante que la competencia.

Dejo para el final un sentimiento muy importante para el que suscribe: placer, el de estar otra vez aquí, de vuelta con ustedes. Reciban un enorme abrazo (de momento solo literario: ojalá pronto nos lo podamos dar de forma física. Brindo por ello).

▸ FOTO: ALEX CHIRKIN

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