Manuel Amago Fuentes, el último sereno

Quiero dedicar unas palabras al recuerdo de un buen hombre que fue nuestro sereno durante muchísimos años. Manolo, asturiano de no muy grande estatura pero afectuoso, simpático y servicial como pocos. Aún recuerdo las palmadas que dábamos y cómo la gente que iba con nosotros se quedaba sorprendida porque ya no existía ningún sereno en ningún sitio. Y de repente se escuchaba un ruido: con el chuzo aquel que llevaba de madera iba golpeando el suelo y así advertía de que se encontraba por aquella zona de la calle o del barrio. Y cuando ya oía él nítidamente las palmadas, decía: “Sereno, ya voy”. Y entonces oías el tintinear de las llaves y veías que calle arriba venía este hombre con paso presuroso, a veces al trote —estaba en forma Manolo—, y te decía: “hombre, Juan, tal…”.

Nos llamaba por el nombre a un montón de personas: a mi padre, a los amigos... Tenía para esto una memoria prodigiosa, y era algo maravilloso tener a alguien que te infundía tranquilidad y que te quitaba la preocupación de no encontrar unas llaves. Siempre estaba atento a la llegada en el coche de una persona mayor, a subir un paquete o a sacar cubos de basura de algún portal con el que tenía convenio. Se ocupaba de locales, se sabía un poco la vida de todos y a todos nos trataba con afecto, pero también tenía una auctoritas, una cierta distancia, como imbuido de su papel, consciente —recuerdo que incluso iba armado— de que era una persona a la que había que respetar; que era alguien que en el barrio tenía un cometido, que pasaba por no permitir propasarse, ni hacer gamberradas, ni cometer actos vandálicos ni nada, que estaba él allí.

Era el último testigo de un mundo que ya desaparece lentamente, y me da pena y ternura evocar su figura irrepetible. Me despido de él en nombre de toda una comunidad que agradece sus servicios a lo largo de tantos años.


  Votar:  
  Resultado:  
  0 votos