Cuando alguien se interesa genuinamente por la gente



EDITORIAL. Abril 2018.

Habitualmente las personas están tan ocupadas en sus propias cosas que nada de lo que pasa a los demás pareciera interesarles. En cambio, todo lo que tenga que ver con ellos mismos los entusiasma y entretiene. Interesarse por cada uno es un modo de sobrepasar el límite de lo personal y de atender tanto a las cosas del otro como a las propias. El otro no es una masa anónima, tiene sentimientos, ideas, fracasos, ilusiones y éxitos. Tiene sus propias necesidades y aspiraciones. La actitud de “poner interés en cada uno” es un modo confirmar la presencia de lo humano en el otro.

En estas épocas, nadie se interesa genuinamente por el otro, sino por aquello que el otro tiene y puede representar en beneficio propio. Ese tipo de relación es deshumanizante, porque al otro se lo despoja de su intencionalidad en beneficio de la propia y se lo reduce al nivel de un objeto-para-mi-consumo: “este viejo ya no es útil”; “usted esta aquí para obedecer y no para pensar”, “esa chica es un buen partido”, etcétera.

El trato anónimo se dirige a consumidores, clientes, imponentes, usuarios, votantes, etc., y no a personas. Opuestamente, interesarse por cada uno es una actitud que revela una valoración del ser humano, de su libertad y su proyecto. Decimos que la nueva sensibilidad es humanizante, porque se interesa en el otro sin reducirlo a un objeto del “para-mí”. En otras palabras, se trata de un interés “en el otro, por el otro y para el otro”, y no una relación que estriba en el otro para dirigirse a uno mismo. Esta nueva sensibilidad que avanza en los jóvenes repudia la violencia que se expresa en la apropiación del ser humano como objeto de uso. Para ella no da lo mismo aceptar al otro que negarlo; querer su libertad y su futuro que arrebatárselo; interesarse por cada uno que considerarlo.

Pero hoy se cree todo lo contrario; que la gente más extraordinaria, las personas de mayor valor, son quienes aparecen en la prensa, la TV. o Internet; se cree que ellos son los mejores ejemplos, que son el “modelo” que todos los demás debemos seguir. Esa nueva sensibilidad siente todo lo contrario. Valora mucho más la calidad humana de un profesor, de un trabajador de la salud, de un empleado de oficina, de un obrero, un humilde campesino, un jubilado o un parado, que la de cualquiera de estos personajes encumbrados. Desconfía cada vez más de las dirigencias políticas, económicas, sociales o religiosas que hacen la vista gorda y ponen oídos sordos a las verdaderas dificultades humanas.

No es difícil comprobar cómo la calidez, la hospitalidad, la solidaridad, la generosidad, la franqueza, etc., son rasgos de una calidad humana sobreabundante entre la gente más “insignificante”, y casi imposible de encontrar entre los que se disputan la cumbre de la coyuntura epocal. No es extraño que quienes comparten esta percepción descrean cada vez más de las cúpulas sociales, repudien a los poderosos y se sientan más a gusto en medio de los “insignificantes”, que llevan el fracaso en su corazón. Hacia ellos y con ellos, la fe en el ser humano y la acción solidaria cobran un renovado sentido.

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