HISTORIAS DEL DISTRITO. Todo mortal

Hace tiempo que deseaba escribir un artículo con este título.

Hallábame una tarde de finales de septiembre en el Parque de la Fuente del Berro. Cubría entonces el cielo un precioso atardecer rojizo, y era de las escasas ocasiones en las que había poca gente. Ya no estaba el haya roja, pero sí el sobrio ciprés que llena el aire con su aroma alegre y elegante, allá refulgían las plateadas hojas de los álamos…

Terminaron mis pasos azarosamente ante un madroño, el mayor del parque. Cerca de él existe un pequeño estanque, y en él un conjunto escultórico.

En la parte inferior a la derecha una joven absorta mirando el infinito, a mano izquierda un joven ataviado como un cazador atento a una figura femenina que se halla frente a él. Y en lo alto, sobre un pedestal de granito, con las manos en la espalda y aire pensativo, Gustavo Adolfo Bécquer encarnado en bronce.

Este Bécquer no es aquel que guardamos entre nuestros recuerdos, aquel que su hermano Valeriano retrató (1862) cuando el poeta aún se encontraba en Sevilla: un joven impetuoso, desafiante y pleno de vitalidad, siendo la encarnación del espíritu romántico.

 

Retrato del escritor por su hermano Valeriano Domínguez Bécquer.

 

Es más bien aquel periodista avezado que algunos creen que retrató (1865) Jean Laurent en uno de sus daguerrotipos. Santiago de Santiago quiso representarlo (1974) en la escultura de Fuente del Berro de dicha manera, como también lo hizo Lorenzo Coullaud (1910/12) en el Parque de María Luisa en Sevilla.

Bécquer, además de legarnos una poesía inolvidable y unas leyendas sobrecogedoras, además de ser pintor (como su padre y su hermano), escritor de libretos de teatro y zarzuela, funcionario (en la Dirección de Bienes y como censor de novelas), era principalmente conocido como un periodista erudito y muy entregado a la política defendiendo a su gran valedor, Luis González Bravo (que fue ministro de Gobernación en el Gobierno conservador de Narváez).

Los hermanos Bécquer y sus familias vivieron en un hotelito cerca de Fuente del Berro, en la calle Valencia (así denominada hasta 1903, cambiando su nombre por Pedro de Heredia), en lo que era una barriada que construyó La Peninsular.

Fíjense qué otro barrio era, que para llegar aquí se desplazaban desde el centro de la ciudad hasta la calle Jorge Juan en un ómnibus, para después ir paseando hasta lo que denominaban las Ventas del Espíritu Santo.

En este Hotelito cerca de la Fuente del Berro vivieron los hermanos Bécquer y sus familias.

 

Aquellos hotelitos estaban configurados con un jardín previo. El atrio de éste se techó para crear un vestíbulo. Dos estatuas adornaban el mismo: la Primavera y el Verano. Sobre él existía una azotea llena de buhardillas (guardillas), después un comedor, un saloncito a la izquierda, a la derecha los aposentos de Valeriano y Gustavo Adolfo.

Antes de coincidir ambos Bécquer aquí, Gustavo Adolfo iba y veía de Sevilla. Quizás la vez primera en 1854, cuando vino a parar a una pequeña pensión de la calle Hortaleza. Después en 1864, por ejemplo, para visitar los Campos Elíseos.

Al morir Valeriano en septiembre de 1870, Bécquer y sus hijos se mudan a un piso propiedad de su amigo el periodista Ramón Rodríguez Correa, que lo obtuvo gracias a su amistad con el marqués de Salamanca.

El piso estaba y está en Claudio Coello 7 (hoy 23), en una manzana singular, con jardín interior. Era la 209 del plan de ensanche que dio origen a nuestro barrio y que representa lo que pudo haber sido aquel proyecto. Era un piso grande, lujoso y luminoso, y de los primeros con agua corriente.

Dibujo de Gustavo Adolfo Bécquer recogido en 1860 en el álbum de su musa Julia Espín.

 

Y como saben, allí muere Gustavo Adolfo con tan solo 34 años. Sus últimas palabras fueron las enigmáticas “Todo mortal”.  Se colocó una placa como homenaje el día de su muerte (22/12/1970) y donde reza la inscripción: “El poeta del amor y del dolor”.

Decía John Keating que la medicina, el derecho, los negocios o la ingeniería son oficios nobles y necesarios para ganarse la vida. Pero la belleza, el romance, el amor… La poesía es por lo que nos mantenemos vivos.

No solo de pan vive el hombre, y yo hasta hoy tenía un deber de gratitud con Bécquer desde que pude leer por vez primera sus rimas y leyendas, allá en la ya desaparecida biblioteca de Concha Espina, en la calle Núñez de Balboa.

Esquela del poeta publicada en El Imparcial el 23 de diciembre de 1870.


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