Unas vacaciones que pagaremos caras

Bueno, pues ya estamos otra vez en julio, y por lo tanto al borde de las vacaciones (al menos las nuestras, que habrá quien las haya disfrutado ya, quien las disfrute más adelante y también lamentablemente quien no las tenga). Unas vacaciones que por primera vez llegan sin apenas restricciones COVID ni “pasaportes de vacunación”, por lo que comienzan a parecerse a “las de antes”.

Pero solo a parecerse, pues este año la gran limitación nos la proporcionará la subida acongojante (estaba pensando en otra palabra, pero ya saben que uno es un caballero) de los precios, no ya solo de energías y carburantes, sino de todo lo tasable. Que era de esperar, pues ya saben que lo mentado afecta (y mucho) a todo lo demás. Así, como nos recordaban hace unos días en Vozpópuli, la dichosa inflación ha seguido en aumento en el mes de junio, disparándose el IPC un 10,2% en términos interanuales y marcando su nivel más alto en 37 años, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Esta evolución, nos explican, se ha debido principalmente “al encarecimiento de los carburantes, mayor este mes que en junio de 2021, y de los alimentos y bebidas no alcohólicas, frente a la estabilidad registrada el año anterior. El INE también señala al incremento de los precios de los hoteles, cafés y restaurantes, superior al del pasado año”.

Ya les digo… Y concretamente en el caso de los hoteles, que mayor relación con las vacaciones no puede tener, leo en Economía Digital que su precio en nuestro país “ha subido de media un 30% en doce meses”. Nada menos. Hablando en plata, que todos lo entendemos mejor, al cierre del segundo trimestre del año el ADR (el indicador que se utiliza para medir el precio medio de una noche) “se situaba en 115 euros frente a los 88 euros del año pasado”.

¿Cómo se quedan? Pues les cuento algo todavía más llamativo: al parecer, esta subida no se debe al incremento generalizado de precios, sino a la propia demanda. En ese sentido, la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos (CEHAT) “asegura que los hoteles no están trasladando a los clientes el repunte de la inflación en los precios, más concretamente los costes de la energía y de la alimentación, que es lo que más está penalizando al sector. […] En este contexto, explicaba que el mercado está fijando los precios en función de la demanda, que está disparada” tras dos años de pandemia. “Se trata de un círculo virtuoso en el que la demanda embalsada y las ganas de viajar han provocado una fuerte demanda que ha encarecido la oferta, y a su vez, el incremento de los precios ha desembocado en la aceleración de las reservas”, informaba Economía Digital basándose en las declaraciones de CEHAT. Y es que, como leía en Preferente, publicación especializada en noticias de turismo, hay “Optimismo generalizado en el sector hotelero ante la temporada de verano. Según se desprende del informe Smart Observatory, elaborado por PwC y CEHAT, las reservas ya duplican las del año 2021 y se vienen registrando unas cifras de ocupación cercanas al 97% en varios destinos”. Vamos, que este verano todos estamos fritos por irnos de vacaciones, pero lo vamos a pagar caro.

En fin, ante este panorama, permítanme terminar con una buena noticia, pues ya saben que gusto de fomentar el optimismo. El País titulaba el 9 de julio que “La séptima ola del coronavirus comienza a perder impulso”, apuntando: “El aumento de casos, cuya dimensión no se puede comparar por la falta de datos, tiene escasa repercusión en las UCI”. Obviamente, las vacunas han jugado su papel, y la mayoría de los casos declarados son más leves y dan menos problemas a quienes los sufren. No obstante, como siempre les digo, no descuiden el sentido común: más vale prevenir que curar, vecinos. Pasen las mejores vacaciones posibles, y nos vemos en septiembre.


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