Tragedias de otros tiempos

Cuando escuchamos las noticias de la tragedia acaecida en Murcia, con las 13 víctimas mortales en el incendio de las dos discotecas (que en origen eran solo un local cuya división no contaba con la pertinente autorización municipal y sí con una orden de cierre desde hace un año, no ejecutada, lo que ha tenido bastante que ver en el fatal desenlace), nos parece, o al menos al que esto suscribe, cosa de otros tiempos. Concretamente de treinta o cuarenta años atrás.

Piensa uno en incendios en discotecas con víctimas mortales y automáticamente el cerebro le lleva al de la discoteca Alcalá 20, en nuestra ciudad, el 17 de diciembre de 1983, cuando un fuego que se originaba tras las cortinas del escenario, sumado al humo, al fallo del sistema de luces y a una puerta de emergencia cerrada, dejaba 81 muertos. Yo tenía entonces siete años, pero recuerdo perfectamente el shock que aquello supuso en Madrid: mi familia, amigos, vecinos… todos estaban absolutamente horrorizados, y con razón. Nada menos que 81 personas, igual que estas 13, habían salido a divertirse, estaban disfrutando y sus vidas terminaron allí, de una forma inesperada y horrible. Y ellos no habían cometido ninguna imprudencia; es más, le podría haber pasado a cualquiera.

Sin duda Alcalá 20 fue un revulsivo, y empezó a tomarse realmente en serio la seguridad. No fue inmediato, claro, pero con el tiempo estas noticias dejaron de darse o se redujeron muchísimo. Para encontrar una tragedia más mortífera que la de Murcia tenemos que remontarnos nada menos que a 1990, el 14 de enero, en la discoteca Flying de Zaragoza, donde murieron 43 personas por inhalación de gases. Desde entonces no había vuelto a darse un caso similar en términos de víctimas.

Por ello, un servidor de ustedes vivía en la ilusión de que estas cosas ya no ocurrían. Que ahora, salvo contadas excepciones, la normativa de seguridad en los locales de ocio se cumplía y se hacía cumplir con rigor. Que había una conciencia colectiva en este asunto porque habíamos visto lo que podía pasar y nadie quería que se repitiera. Pero está claro que me equivocaba, y un indicio de mi error lo pudimos ver aquí mismo, en este distrito, con el incendio en el restaurante italiano Burro Canaglia, en plena plaza de Manuel Becerra, que la noche del 21 de abril dejaba dos muertos y diez heridos. Una pizza que se servía flambeada en mesa con soplete y el proceso se descontroló, la rápida propagación del fuego gracias a que el techo contaba con muchísima vegetación artificial de adorno bastante inflamable y la inexistencia de una salida alternativa en el local fueron factores clave en el fatal desenlace.

Ahora, el caso murciano ha dado lugar a una oleada de inspecciones. Como titulaba El País el 6 de octubre, “Una decena de ciudades revisan sus discotecas”, y el subtítulo matizaba: “La respuesta política revela deficiencias en el cumplimiento de las normativas”. Una de estas ciudades es Madrid, y esperemos que la cosa no quede en eso, en una mera oleada en respuesta a una noticia trágica, sino que se establezca de una vez por todas una conciencia definitiva en algo tan serio. Porque el sentido común nos dice que estos casos son solo la punta del iceberg, ya que las tragedias no ocurren de forma automática cuando se vulnera una normativa o se asume de forma irresponsable un “riesgo”, sino que se desencadenan al coincidir una serie de factores (y no nos engañemos: por probabilística terminan coincidiendo antes o después). Lo que quiere decir que seguramente decenas de tragedias se encuentran ya ahí, “sembradas”, esperando que la situación ayude para que terminemos recogiendo su terrible cosecha. Y todos queremos salir a pasarlo bien con nuestra gente y volver a casa sanos y salvos, como debe ser.

Teatro Alcázar, en cuyos sótanos se encontraba la discoteca Alcalá 20. Foto: William Avery.


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