Todo más y más caro

Aconteceres como los que estamos contemplando y experimentando a lo largo de las últimas semanas sin duda demuestran hasta a las personas más incrédulas que la vida que llevamos es una experiencia impagable, pero porque no hay quien pueda pagarla con el salario que tenemos el común de los mortales (y eso por no hablar de quienes no lo tienen). Cierto es que desde que tengo memoria la tendencia de los precios siempre ha sido al alza, pero lo de los primeros meses de este 2022 ya está resultando tremendo.

Leo hace unos días en la web de la Cadena Ser (31/3/22) que, según el dato de inflación del mes de marzo publicado por el INE, los precios “se han incrementado un 9,8%, un nivel que no se registraba desde 1985 y que se espera que siga su ascenso hasta los dos dígitos”. Aunque esta subida ha coincidido con los paros del transporte, que las ramas no nos impidan ver el bosque: la cosa viene de lejos. No olvidemos que “La luz ha subido un 44% en un año, y el gas un 26,9%, e irremediablemente esos dos factores, junto al alza de los precios de los carburantes, lastran el coste de la producción de las empresas y de la distribución de mercancías”, continuaba la información. Y tanto que lo ha hecho: sin ir más lejos, “La alimentación se ha visto encarecida un 26% en el último año”.

Y creo que ésa es la cuestión… Porque para explicar esta vertiginosa progresión ascendente se nos viene bombardeando continuamente en los telediarios con titulares que proclaman que si los efectos de la pandemia, que si la guerra de Ucrania, que si los paros en el transporte… Y una constante de todas estas crisis es que los precios suben, pero después, cuando el supuesto motivo termina, ya nunca bajan a los niveles anteriores. Pareciera pues una excusa que sirve a la perfección para colarnos una subida con la que ya se contaba; y es que lo lógico sería que, una vez finalizada la situación que supuestamente ha dado lugar al alza, las aguas habrían de volver a su cauce, pero no.

Así que opino que esto debería hacernos pensar que el motivo no es accidental, sino troncal. Los precios suben porque la forma en que hemos organizado nuestras sociedades no solo lo permite, sino que lo propicia. Y a ese mantra archirrepetido de que el mercado se regula él solito hay que ponerle la lupa encima: puede que lo haga, pero a beneficio de las ratas más gordas, no del bien común. Aquí, para que unos pocos se forren el resto de la población tenemos que ir muy justitos, y eso en el mejor de los casos.

Lo digo siempre: la economía es algo demasiado importante para dejarlo al albedrío del mercado; es una cuestión estratégica que ésta se planifique y se controle. Para algo tan básico como las energías debe haber un plan, pues afecta a todo lo demás. Un plan, no parches como la bonificación de los veinte céntimos por litro en carburantes (que siguen siendo caros comparados con hace un año, 15 de ellos los pagamos todos vía las arcas públicas y la medida solo está aprobada hasta el 30 de junio) o como la rebaja temporal del IVA en la electricidad (también de momento hasta el 30 de junio; y el desglose de la factura eléctrica es un despropósito al completo, no solo el IVA).

Además el modelo que tenemos basado en el transporte, mediante el que buena parte de los productos que consumimos van y vienen de un lado a otro por tierra, mar y aire, aparte de apoyarse más que a menudo en la especulación, el despojo y la explotación laboral, consume un combustible cada vez más escaso y caro, al tiempo que destruye paso a paso el medio ambiente. La lógica indica que deberíamos avanzar en la apuesta por la economía de proximidad, fomentando las producciones locales, provinciales y regionales para conseguir la máxima autosuficiencia posible. ¿Seremos capaces? Más nos vale: nos va la vida.


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