Noticias falsas

“El Gobierno hará una monitorización permanente de las redes a la búsqueda de noticias falsas”, podíamos leer en El País el 5 de noviembre. Y es que ciertamente las noticias falsas y las campañas de desinformación parecen ser uno de los temas destacados de nuestros tiempos. Son las famosas “fake news”, término de moda probablemente porque si lo decimos en inglés nos parece como que suena a algo moderno, de nuestro siglo XXI, cuando en realidad quiere decir “noticias falsas”, un fenómeno que ha existido siempre.

Es cierto que el creciente potencial de los medios de comunicación, sumado al efecto de las nuevas tecnologías de la información, con el relativamente reciente añadido de la universalización de las redes sociales, ha traído consigo todo un abanico de nuevas posibilidades para la intoxicación informativa. Súmese a ello la situación en la que nos hallamos desde hace meses, con nuestra vida social real absolutamente reducida y limitada, dependiendo mucho más de los dispositivos electrónicos para relacionarnos incluso con nuestros seres más queridos, lo que nos convierte en mucho más vulnerables y manipulables en cuanto a nuestro procesado de los datos y las opiniones que recibimos del resto del mundo.

Pero, como digo, esto no es una novedad. Para empezar, ya sin mediar necesariamente intereses creados, siempre que cualquier persona transmite una información (no digamos ya cuando expresa una opinión), lo hace mediatizado por quién es esa persona, qué experiencias previas ha vivido, qué personas cercanas le han influido, qué prejuicios alberga, y otros factores como su edad, ocupación, orígenes… que pueden determinar su forma de ver la vida. También el tiempo o el espacio que tiene para explicarlo mejor o peor, con más o menos detalles, lo que implica una necesaria selección a la hora de resumir, eligiendo qué es más importante y qué menos, qué se cuenta primero o después y qué se omite por falta de espacio.

Todo ello sitúa a “la verdad” como un concepto bastante ideal que puede variar de una persona a otra, y explica que muchos en esta profesión pensemos que la objetividad como tal no existe, pues todos estamos mediatizados por nuestra propia subjetividad. Pero, como han defendido autores como Umberto Eco, pienso que precisamente la forma de ser objetivos es asumir esa subjetividad y dejar claro quiénes somos y qué pensamos cuando decimos algo: “Te cuento esto, pero ten en cuenta que soy tal y tal, y seguramente esto me influye a la hora de contártelo”. Parece lo más honrado, ¿no es cierto?

Y si tenemos que tener en cuenta todo esto cuando no hay intención expresa de engañar, ya no digamos cuando el emisor del mensaje miente deliberadamente con un fin determinado. Esto lo sabía ya bien Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del III Reich: “Una mentira, repetida mil veces, se convierte en una verdad”. Y como testimonio del potencial de los medios de comunicación para ello, otro sucedido famosísimo: cuando el ilustrador Frederic Remington fue enviado a Cuba por el magnate de la prensa William Randolph Hearst para cubrir la insurrección, aquél cablegrafió a éste que allí no había guerra que cubrir, y Hearst replicó: “Usted ponga las ilustraciones y yo pondré la guerra”. Y vaya si hubo guerra, y vaya si tuvo consecuencias.

Les he largado toda esta perorata para explicar que no estamos ante un fenómeno nuevo, sino de toda la vida, y la forma de afrontarlo también es la de toda la vida: contrastar fuentes, ilustrarse, formarse una opinión propia y tamizar lo que nos llega. El Gobierno podrá ocuparse de ello, pero el Gobierno también tiene sus intereses y también da las informaciones que da y como las da por algún motivo. Como todo el mundo: todos tenemos motivos para decir lo que decimos y hacer lo que hacemos, bienintencionados o malintencionados, confesables o inconfesables. Así que es nuestra tarea interpretar los mensajes que nos llegan, adquirir los conocimientos precisos para hacerlo mejor (nada de lo que podamos aprender sobra) y no dejarnos manipular. Somos adultos, y no nos podemos permitir ser ingenuos: si no lo hemos hecho aún, maduremos ya.

◂ Caricatura de Leon Barritt, publicada en junio de 1898 en EE UU, que representa a los magnates de la prensa Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst vestidos como 'The Yellow Kid' para satirizar su papel como manipuladores de la opinión pública estadounidense para ir a la guerra contra España. Imagen: Library of Congress


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