Banalización de la cirugía plástica

En los últimos años he visto cómo la cirugía plástica, que en esencia debería ser una disciplina profundamente ética, técnica y responsable, ha sido reducida en muchos espacios digitales a un retoque exprés o, peor aún, a una moda efímera.

Cirugía como filtro: la trampa de las redes sociales

TikTok, Instagram y otras plataformas han convertido el rostro humano en un lienzo de tendencia. Cada temporada, una nueva forma de nariz, de labios o de mandíbula parece dominar los algoritmos. Lo preocupante no es solo la velocidad con la que cambian estos estándares, sino el mensaje que envían: que el cuerpo debe adaptarse a la moda, y no al revés. La cirugía plástica no es un filtro. Es una intervención médica con riesgos, implicaciones físicas y consecuencias psicológicas. Y sin embargo, muchas personas jóvenes están acudiendo a consulta con capturas de pantalla, buscando copiar el rostro de una influencer de turno.

¿Dónde quedan la identidad y la salud mental?

Porque operar sin conciencia, sin un motivo real, sin madurez emocional, es contribuir al problema. La cirugía nunca debe ser un atajo para sanar inseguridades profundas que necesitan abordarse desde otra perspectiva.

También he visto casos opuestos: pacientes que llegan a consulta abrumados por defectos que no existen más que en su imaginación, amplificados por el uso de filtros constantes. La dismorfia facial digital es ya un término médico, y es más común de lo que parece.

El rol del profesional: decir ‘no’ también es medicina

Como cirujanos plásticos, tenemos una responsabilidad que va mucho más allá del bisturí. En una era de likes y algoritmos, ser firmes, éticos y empáticos es más importante que nunca. Decir “no” a una cirugía innecesaria, frenar una tendencia peligrosa o explicar con claridad los límites de lo posible también forma parte del acto médico.

La cirugía como herramienta, no como capricho

La cirugía plástica puede ser maravillosa cuando se aplica con sentido: para reconstruir después de un trauma, para reparar un cuerpo que ha cambiado por enfermedad, la involución o incluso para armonizar rasgos y devolver la autoestima. Pero debe ser una herramienta, no una obsesión.

Conclusión

No operamos selfies, operamos seres humanos. Detrás de cada rostro hay una historia, una estructura, una expectativa, y también una vulnerabilidad.

La cirugía plástica no puede seguir banalizándose. Como médicos, estamos llamados a recuperar su verdadero valor: el de transformar vidas con ética, respeto y experiencia.

Dra. Carmen Iglesias
Cirugía Plástica y Medicina Estética


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