Los bigotes de Daaalí

La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco”, afirmaba Dalí, quien a los seis años quería ser cocinero, a los siete Napoleón, y terminará siendo Daaalí, el divino Daaalí, creador de sí mismo, no simplemente Dalí, el bufón cuyo cuerpo existía al margen del genio, y al que sacaba del armario a pasear disfrazado. Él era, en realidad, un ojo, una mano y un cerebro. Ojo, para ver siempre algo diferente, consciente de que es imposible observar la realidad sin cambiarla. Mano, ejecutora del arte de sus alucinaciones paranoico-críticas en cuadros, esculturas, decorados, libros. Y cerebro, la caldera interior de la que hablara Bretón, generador de visiones, pensamientos, ensoñaciones, imaginaciones, alucinaciones y actuaciones. No confundamos la realidad física-natural del mundo con la realidad física-virtual de las creaciones artísticas. Para él, la finalidad del arte no era imitar la naturaleza, sino sublimar la anécdota del estado de ansiedad a la categoría de satisfacción estética. ¿Y eso qué significa? Vayan a contemplar los delirios geológicos del Cap de Creus un día de tramontana, intenten avanzar contra esas rachas de viento, de hasta los 120 km/h, y pregúntenselo a la roca cabeza que le inspirara El sueño o a las no menos inquietantes de las que salieran el narizotas de El gran masturbador y el careto desbocado de El enigma del deseo. No olviden visualizar esas obras mientras escuchen a las rocas.

En realidad, Dalí no era Dalí, el de voz aceitunada de Lorca, ni siquiera el divino Daaalí, sino un gato ermitaño que pintaba con sus bigotes porque le aterrorizaban las langostas, y al que traicionan emparedándolo y no enterrándolo junto a Gala por miedo a que mataran a la Muerte para cumplir el deseo de Shakespeare: “Es la muerte la que debe morir”. Sin embargo, como hermano del gatito Cheshire y lector e ilustrador de Alicia en el país de las maravillas, su bigote permanece sin cuerpo en el espacio.

Por suerte, el Minino de Figueras se aparece y desaparece en Madrid en el Museo Reina Sofía (incomprensiblemente, solo se exhiben parte de las obras que legó al pueblo español y su contemplación exige un laberíntico recorrido por salas desperdigadas), Museo Thyssen, Museo de Arte Contemporáneo, Fundación Masaveu, Residencia de Estudiantes. Estos espacios conforman la base de una ruta por el Madrid de Dalí, que se completa con el Museo del Prado para disfrutar de sus pinturas favoritas, y la Academia de Bellas Artes. De ésta lo expulsaron (el director comunicaría antes al padre las taras patológicas de su hijo), y en ella pergeñó un atentado contra el rey, hecho, sin duda, desconocido por Juan Carlos I, quien lo nombrará marqués de Dalí de Púbol, y al que retratará en El ensueño del príncipe, como retratará  a la  Nietísima: Retrato ecuestre de Carmen Martínez-Bordiú. El putrefacto Dalí se hubiera  escagarruciado de gusto de haberlo nombrado pintor de Corte, como a Velázquez y Goya, mientras el joven Dalí se cagaba en lo putrefacto, como lo demuestra el famoso paseo sin sombrero por la Puerta del Sol con Lorca, Margarita Manso y Maruja Mallo, recibido con insultos y pedradas. A la última la pinta junto a él, Buñuel y Barradas en la acuarela Sueños nocturnos, evocación de sus incursiones en el Madrid canalla.

Especial visita merece la plaza de Dalí, donde se alza su conjunto monumental en homenaje a la ciencia con un impresionante dolmen de granito que enmarca la escultura de bronce dedicada a Newton, adaptación de otra de menores proporciones, basada en un minúsculo hombrecillo del cuadro Fosfene de Laporte. La figura sostiene un péndulo con una manzana-bola, símbolo de la fuerza de la gravedad, y muestra aberturas en cabeza y tronco. En la de éste, otra bola pendular llena el espacio, como espantando la angustia daliniana por el vacío (la nada). Según Dalí, “Los pensadores y literatos no me pueden aportar absolutamente nada y los científicos todo. Incluso la inmortalidad del alma”. Le sale del bigote probar la existencia de Dios con la cadena del ADN. A otros, como a Arrabal, se les aparece la Virgen. Pues eso… ¡Miau!


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