Progreso de unos pocos, progreso de nadie



EDITORIAL. Mayo 2019.

Es altamente probable la consolidación de un imperio mundial que tenderá a homogeneizar la economía, el derecho, las comunicaciones, los valores, la lengua, los usos y costumbres. Un imperio mundial instrumentado por el capital financiero internacional que no habrá de reparar ni en las propias poblaciones de los centros de decisión.

Y en esa saturación, el tejido social seguirá su proceso de descomposición. Las organizaciones políticas y sociales, la Administración del Estado, serán ocupadas por los tecnócratas al servicio de un monstruoso Paraestado que tenderá a disciplinar a las poblaciones cada vez con medidas más restrictivas a medida que la descomposición se acentúe. El pensamiento habrá perdido su capacidad abstractiva reemplazado por una forma de funcionamiento analítico y paso a paso según el modelo informático. Se habrá perdido la noción de proceso y estructura, resultando de ello simples estudios de lingüística y análisis formal. La moda, el lenguaje y los estilos sociales, la música, la arquitectura, las artes plásticas y la literatura resultarán desestructuradas y, en todo caso, se verá como un gran avance la mezcla de estilos en todos los campos tal como ocurriera en otras ocasiones de la historia con los eclecticismos de la decadencia imperial. Entonces, la antigua esperanza de uniformar todo en manos de un mismo poder se desvanecerá para siempre.

En este oscurecimiento de la razón, en esta fatiga de los pueblos, quedará el campo libre a los fanatismos de todo signo, a la negación de la vida, al culto del suicidio, al fundamentalismo descarnado. Ya no habrá ciencia, ni grandes revoluciones del pensamiento... solo tecnología que para entonces será llamada “ciencia”. Resurgirán los localismos, las luchas étnicas y los pueblos postergados se abalanzarán sobre los centros de decisión en un torbellino en el que las macrociudades, anteriormente hacinadas, quedarán deshabitadas. Continuas guerras civiles sacudirán a este pobre planeta en el que no desearemos vivir.

En fin, ésta es la parte del cuento que se ha repetido en numerosas civilizaciones que en un momento creyeron en su progreso indefinido. Todas esas culturas terminaron en la disolución, pero afortunadamente, cuando unas cayeron, en otros puntos se erigieron nuevos impulsos humanos, y en esa alternancia lo viejo fue superado por lo nuevo.

Está claro que en un sistema mundial cerrado no queda lugar para el surgimiento de otra civilización, sino para una larga y oscura edad media mundial. Si, en cambio, el proceso mecánico de las estructuras históricas lleva la dirección comentada, es hora de preguntarse cómo el ser humano puede cambiar la dirección de los acontecimientos. A su vez, ¿quiénes podrían producir ese formidable cambio de dirección sino los pueblos que son, precisamente, el sujeto de la historia? ¿Habremos llegado a un estado de madurez suficiente para comprender que a partir de ahora no habrá progreso si no es de todos y para todos?

Si hace carne en los pueblos esta idea, entonces la acción será clara. En el último escalón de la desestructuración, en la base social, empezarán a soplar los nuevos vientos. En los barrios, en las comunidades de vecinos, en los lugares de trabajo, comenzará a regenerarse el tejido social. Poco a poco comenzará a clarear el alba de un nuevo día. Ese nuevo día nace ya en nuestros corazones, está llegando a cada uno y se está poniendo en pie en el interior de las almas grandes.

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