¿Cuál es la base de la acción coherente?



 

EDITORIAL.

La base de la acción coherente no está dada por las ideologías, ni por los mandatos religiosos, ni por las creencias, ni por la regulación social. Aun cuando todas estas cosas sean de mucha importancia, la base de la acción coherente está dada por la sensación interna de la acción. Hay una diferencia fundamental entre la valoración que parece provenir del exterior y esta valoración que se hace de la acción por la sensación que el ser humano tiene de lo que precisamente hace.

¿Y cuál es la sensación de la acción coherente? Es aquella que se experimenta con unidad entre lo que se piensa, se siente y se hace; es aquella que da al mismo tiempo sensación de crecimiento interno; y es por último aquélla que se desea repetir porque tiene “sabor” de continuidad en el tiempo.

La sensación de unidad interna

Frente a una situación difícil, puedo yo responder de un modo o de otro. Si soy hostigado, por ejemplo, puedo responder violentamente, y al hacerlo experimentar una sensación de alivio. Me relajo. Así pues, y aparentemente, se ha cumplido la primera condición de la acción coherente: frente a un estímulo irritante, lo resuelvo, y al hacerlo me relajo, y al relajarme tengo una sensación unitiva.

La acción coherente no puede justificarse simplemente por la relajación en ese instante, porque no se continúa en el tiempo, sino que produce lo contrario. En el momento A produzco la relajación al reaccionar del modo comentado; en el momento B, no estoy para nada de acuerdo con lo que hice. Esto me produce contradicción. Esa relajación no es coherente por cuanto el momento posterior contradice al primero. Es necesario que cumpla, además, con el requisito de la unidad en el tiempo, sin presentar fisuras, sin presentar contradicción. Podríamos presentar numerosos ejemplos en donde esto de la acción coherente para un instante no lo es para el siguiente y el sujeto no puede, cabalmente, tratar de prolongar ese tipo de actitud, porque no siente unidad, sino contradicción.

Pero hay otro punto: una suerte de sensación de crecimiento interno. Hay numerosas acciones que todos efectuamos durante el día, determinadas tensiones que aliviamos relajando. Éstas no son acciones que tengan que ver con lo moral. Las realizamos y nos relajamos, y nos provoca un cierto placer, pero ahí quedan. Y si nuevamente surgiera una tensión, nuevamente la descargaríamos con esa suerte de efecto de condensador, en donde sube una carga y al llegar a ciertos límites se la descarga. Y así, con este efecto condensador de cargar y descargar, nos da la impresión de que estuviéramos metidos en una eterna rueda de repeticiones de actos, en donde en el momento en que se produce esa descarga de tensión, la sensación resulta placentera, pero nos deja un extraño sabor percibir que si la vida fuera simplemente eso —una rueda de repeticiones, de placeres y dolores—, la vida, claro, no pasaría del absurdo. Y hoy, frente a esta tensión, provoco esta descarga. Y mañana del mismo modo... sucediéndose la rueda de las acciones, como el día y la noche, continuamente, independientemente de toda intención humana, independiente de toda elección humana.

La continuidad en el tiempo

Por otra parte hay acciones, sin embargo, que tal vez muy pocas veces hayamos realizado en nuestras vidas. Son acciones que nos dan gran unidad en el momento. Son acciones que nos dan, además, sensación de que algo ha mejorado en nosotros cuando hemos hecho eso. Y son acciones que nos dan una propuesta a futuro, en el sentido de que si pudiéramos repetirlas, algo iría creciendo, algo iría mejorando. Son acciones que nos dan unidad, sensación de crecimiento interno y continuidad en el tiempo. Ésas son las sensaciones de la acción coherente.

 

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