CINE. ‘Días perfectos’

Antes que nada, quiero enviar un abrazo de solidaridad, ánimo y esperanza para todas las y los vecinos de la Comunidad Valenciana, Castilla - La Mancha y Andalucía.

Escribir sobre el cine de Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) no es fácil: su obra es compleja y sus temas también. La vida, las personas y cómo se desenvuelven en ella no son historias comunes. Le gustan temas como la muerte, la espiritualidad colectiva, las nuevas y viejas tecnologías y cómo el mundo se adapta a ellas, la música, los viajes, las ciudades, la arquitectura, el cielo y la tierra. En fin, un sinnúmero de aspectos y conceptos difíciles de describir en conjunto dentro de su obra.

Hoy me gustaría hablar de Días perfectos (Perfect Days, 2023) obra compleja, donde Wenders se arroja “a la repetición de imágenes”, escasos diálogos y cuando existen son en japonés, excepto la música, todos para presentar la vida de Hirayama (Kōji Yakusho. Nagasaki, 1952). Un hombre de aproximadamente 60 años que trabaja como limpiador de baños públicos en Tokio, alejado de las banalidades y placeres gratuitos de una vida que antes tuvo, hoy dispuesto a agradecer la vida, con los ojos del budismo zen y su filosofía más trascendental: “Observación de la repetición” es, como dice la misma frase, la atención plena de las acciones repetitivas en la vida cotidiana o de la mente, como patrón de pensamiento, emociones recurrentes o movimientos corporales: Wenders sintetiza el amor y el zen con una obra neocontemporánea.

Así lo demuestra Hirayama al amanecer, abrir los ojos, doblar su tatami, asearse, tomar sus llaves, comprar su café en lata, en el viaje al trabajo con su modesta furgoneta color azul a la gran ciudad, en la limpieza de los baños públicos de manera cuidadosa y escrupulosa, en su almuerzo, el jardín y agradecimiento a los seres vivos, sus movimientos dedicados al momento, y la única licencia que se otorga con disfrute y amor es la de fotografiar en película 35 mm blanco/negro las hojas de los árboles en movimiento todos los días. Su recorrido sigue en su ducha y el placer del agua caliente, en la visita a sus amigas y amigos con quienes canta, come y bebe shōchū, asiduamente por cierto. Hirayama no es perfecto.

Su otro componente importantísimo para el amor son los jóvenes que rodean su vida, como su compañero de trabajo Takashi (Tokio Emoto, 1989), que no logra ligar con su amiga; o su dulce sobrina Niko (Arisa Nakano, 2005), que está por descubrir el mundo.

En otro aspecto más técnico, me gustaría hacer hincapié en la plantilla de la casa de Hirayama, espacio rectangular de dos plantas con cuatro habitaciones pequeñitas cuadradas donde se ubica un dormitorio, su vivero, una cocina, un almacén y una estrecha escalera. El espacio nos ayuda a entrar en el mundo minimalista “Danshari” de Hirayama —actualmente se piensa que un 40% de adultos mayores en Tokio vive al estilo del personaje creado por Kōji Yakusho—. Y esta pequeña casa hace un enorme contraste con los supermodernos baños públicos creados uno a uno por los arquitectos más afamados en la actualidad de Japón y dotados con el Premio Pritzker.

Perfect Days es una película descrita como poesía, como una pausa al mundo audiovisual y al mundo real, atragantado de anécdotas, de imágenes y de sucesos que la mente no es capaz de procesar. Perfect Days es un modo de vida.

Las dos frases de la obra con una alta reivindicación del trabajo y la paciencia: “Por el trabajo duro de hoy” y “La próxima vez será la próxima. Esta vez es ésta”.

 

ANA ÁLVAREZ 


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