¿Qué pasa con el ébola?

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¿Qué pasa con el ébola?


Roberto Blanco Tomás

Bueno, este mes sí que ha sido sencillo elegir tema, pues lo cierto es que no se habla de otra cosa: en los medios, en la calle, en los bares, en el mercado… en cualquier sitio que se reúna gente o que se transmita información de alguna manera, el tema más tratado es, sin duda, esta enfermedad de incierto origen, conocida desde 1976, pero que parece que solo ha adquirido importancia —pese a que siempre se conoció su carácter mortal y su alto potencial de contagio si no se toman las medidas adecuadas— cuando ha empezado a afectar a las sociedades occidentales. A ver si hay suerte, esta vez escarmentamos, y se dota del suficiente presupuesto a la investigación en este campo, en lugar de tanto recorte.


La cuestión tenía los ingredientes para sembrar la alarma social —una enfermedad mortal, de carácter contagioso, ante la que no parece haber un protocolo claro de actuación ni equipo apropiado para limitar su extensión, sumado a un visible desconcierto de los gestores políticos del problema—, de momento limitada a “ramalazos” concretos que han coincidido con determinadas declaraciones aparecidas en los medios, pero que podría cundir si los mensajes que nos llegan desde las autoridades competentes continúan siendo tan desconcertantes. Por eso el título de este artículo: estos días, como todo ciudadano de este país, me he “empapado” de la información disponible (ingente), y aún no tengo nada claro lo que está pasando.


Pero lo que sí tengo claro es que, casi más que la propia enfermedad, me está asustando sobremanera la gestión del problema por parte de las mencionadas autoridades, que no están resultando nada “competentes”. Sobre todo porque el asunto ya no va siendo tan nuevo: ya el pasado 10 de agosto, un enfermero de la UCI del Hospital de La Paz denunciaba en una larga carta —que se leía como un best-seller— algunas cosas que ponían los pelos de punta: cómo al personal que se iba a encargar del asunto no se le ha formado para ello, sin haberles entregado ni los protocolos generales de actuación; cómo dichos protocolos fueron, además, “modificados a gusto para poder adaptarse a las carencias que tenía el hospital: si no tenemos presión negativa decimos que, como no está demostrada la transmisión aérea, no es necesaria tal medida”; cómo los Equipos de Protección Individual que se les entrega son claramente defectuosos, no existen escafandras completas y para sellarlos hay que recurrir a la cinta americana; cómo, contra lo que recomienda la OMS en estos casos, todo el personal de la UCI es enviado a rotar al Hospital Carlos III (que se encontraba desmantelado y en el que se ha habilitado a toda prisa el espacio para tratar estos casos, llegando a transportar equipos las propias enfermeras en sus vehículos personales) para “repartirse” la exposición al virus (lo que aumenta enormemente las posibilidades de difusión del mismo)… En fin, solo es una muestra: hay mucho más en la carta del enfermero, fechada dos días antes de la muerte del primer “caso español”, el del sacerdote Miguel Pajares.


Después, los despropósitos han ido in crescendo: más errores, más improvisación, pésima gestión de la información, intentos vergonzosos de algunos cargos políticos de hacer recaer la culpa en los profesionales… No sé a ustedes, pero a mí todo esto me da mucho más miedo que el propio virus. Especialmente porque no tiene visos de parar en breve. Vivimos tiempos “moviditos” en lo político, pero esto ya está siendo el colmo. Tenemos un problema grave de salud pública que está en un tris de desatar el pánico social; han repatriado a dos personas afectadas y han fallecido ambas; además ha habido un contagio, y lo cierto es que ya no tenemos claro si la pobre chica está peor o mejor, pues los mensajes que nos llegan son contradictorios; aparte, lo que sí estamos viendo es cada vez más pruebas de incompetencia por parte de los responsables políticos… Basta ya, ¿no?



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