HISTORIAS DEL DISTRITO. Las noches de los Campos Elíseos

Hubo un tiempo en el que, entre la calle de Alcalá, Príncipe de Vergara, Hermosilla y Velázquez, existía la posibilidad de disfrutar de un paseo por amplios y refinados jardines geométricos al estilo francés, recorrer dos grandes avenidas arboladas y bordeadas de estatuas y alamedas, parar en plazas adornadas con kioscos para tomar café o comer en un restaurante (con pequeños gabinetes denominados como provincias de España), o también subir en un globo Montgolfier…

Existían en este gran recinto salones de baile, pistas de patinaje, una carpa salón de conciertos (con capacidad para 2.000 personas), varios teatros ambulantes y uno fijo, un salón de tiro, una casa de baños, una montaña rusa que rodeaba una de las dos plazas de toros (1860-1874 y 1879-1881). En el centro estaba el denominado “Estanque Grande”, y un canal bordeado e iluminado de noche por farolillos colgados en la arboleda, donde podías navegar en un pequeño vapor moderno o libremente en una barca.

Un programa habitual señalaba que había fuegos de artificio y actuaciones musicales a cargo de bandas militares (18:00 a 22:00), podías acudir a funciones teatrales (21:00) y presenciar actuación musical en la plaza previa al teatro principal iluminándose los jardines a la veneciana, oriental o chinesca (21:30 a 0:00). En 1867 se dispuso además de una compañía veneciana de acción mímico-fantástica dirigida por los hermanos Chiarini desde las 18:00, acompañada de una banda de música dirigida por Julio Mateos.

Baile nocturno en los Campos Elíseos

 

Se trataba de los Campos Elíseos, en el extremo este de aquel pequeño Madrid. Abrieron sus puertas un 18 de junio de 1864. Para poder llegar a ellos se podía coger por un real un ómnibus en la Puerta del Sol. El precio del acceso era de dos reales (5:00 a 17:00) o cuatro reales (17:00 a 5:00). Para acceder a las atracciones (canal, montaña rusa, tiro de pistola, velódromo…) se requería un billete adicional. Existía un abono de 12 duros para todo el año.

Ría de los Campos Elíseos de Madrid, en El Periódico Ilustrado.

 

El proyecto (1861) de un empresario catalán, José de Casadesús, que contaba con un reglamento propio, permitió crear un recinto de esparcimiento al estilo de espacios de recreo de París (Bois de Boulogne), Londres o de Barcelona (1853). La licencia que consiguió del Ayuntamiento era para 15 años. Dicha duración obligaba a que casi todo debía ser efímero.

Templete griego del jardín de la calle de Velázquez.

 

Es reseñable la existencia del célebre teatro Rossini, situado en una de sus grandes plazas. Era un edificio de planta rectangular, cuatro niveles para localidades y decorado en su interior en techo y antepechos de palcos y galerías. Iluminaban su interior cuatro grandes lámparas y por doquier candelabros de gas. Y en su gran escenario a la italiana zarzuelas, óperas y conciertos. Su creación (20 de junio de 1864) fue amparada por el célebre director y compositor Francisco A. Barbieri. El maestro Barbieri se ocupó de dirigir su orquesta, sucediéndole Joaquín Gaztambide.

Retrato de Tamberlick (El Museo Universal, 1866).

De la fama de dicho teatro nos llegaron las crónicas del escritor Benito Pérez Galdós, entonces corresponsal del diario madrileño La Nación. El Teatro Rossini llegó a competir con el mismo Teatro Real. La ópera Guillermo Tell fue estrenada por vez primera en nuestra ciudad allí, destacando la interpretación que hizo el tenor italiano Enrico Tamberlick. Fue un evento memorable que fue reconocido por el mismo Rossini. Allí destacaron asimismo la soprano Caroline Barbot, la mezzosoprano Constance Nantier – Didiée, los barítonos Gottardo Aldighieri y Louis Gassier. También se estrenó en él los valses Los Campos Elíseos (julio de 1867), compuestos por el propio Barbieri. El precio más económico era 10 reales, pero a veces se ofertaban por un precio inferior: 2, 3 y 6 reales (la más cara 230). También se podía disfrutar de la música a precios más módicos en la carpa de música o en la plaza que precedía al Rossini. Uno de los asiduos fue el poeta Gustavo Adolfo Bécquer.

Carruaje de la línea de ómnibus Ripert

Carruaje de la línea de ómnibus Ripert.

 

Aquel espacio de recreo se convirtió por todo lo descrito en un espacio de moda en la ciudad. Un sitio estratégico e importante para la burguesía madrileña donde uno podía cruzarse con políticos, periodistas, empresarios… El célebre cronista de nuestra villa Pedro de Répide afirmaba con tristeza (20/11/1915): “Era un parque que, de haber podido perdurar, podría ser hoy todavía gala y orgullo de la Corte”. En 1881 ya apenas quedaba nada de ello, más allá de la memoria de los que lo disfrutaron.


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