La cesta de la compra

Imagino que, si no todos, seguramente muchos de ustedes habrán exclamado en los últimos meses, para sí o en voz alta, algo similar a “madre mía, qué caro” a la hora de pagar la compra en el supermercado. Y es que la subida de precios general que nos pretenden justificar con la retahíla habitual (la guerra, las crisis, el encarecimiento de los combustibles, de las materias primas…) también afecta, cómo no, a artículos de tan “primera necesidad” como los alimentos. Pardiez, todo lo negativo que ocurre en el mundo acaba golpeando en la cara al ciudadano de a pie, cosa que no suele pasar con lo positivo, o al menos no de forma tan palpable. Hay que ver lo que son las cosas, oigan…

Así que claro que es una buena noticia la bajada del IVA aprobada por el Gobierno para determinados alimentos (del 4% al 0% en los esenciales y del 10% al 5% en los aceites y la pasta), y más aún porque ésta ha previsto que los establecimientos no puedan subir los precios de dichos alimentos durante al menos cuatro meses, seis si el IVA subyacente del mes de marzo no está por debajo del 5,5%. Todo lo que se haga orientado a garantizar una correcta alimentación y por tanto una vida digna de la ciudadanía es bienvenido, y también es poco: son necesarias más medidas en esta línea.

Porque una reducción de un 4% en productos que cuestan algunos céntimos o algunos euros tampoco va a ser una bajada enorme, y desde luego no va a contrarrestar el incremento galopante de precios que hemos visto en este último año. Y los efectos del mismo ya se están notando: según una encuesta realizada por FACUA en diciembre las subidas de precios de los alimentos han empeorado la dieta de los españoles. Por ejemplo, entre otros, dos de los efectos más llamativos que ha puesto de manifiesto dicha encuesta han sido que “ocho de cada diez familias están viéndose obligadas a comprar productos de menos calidad y más de la mitad han reducido el consumo de pescado”.

Y hay bastante más: “El encarecimiento de los alimentos ha provocado que el 25,2% de las familias haya reducido la compra de verduras y hortalizas frescas, el 29% el de fruta fresca, el 23,3% el de lácteos. El 50,9% ha recortado en el consumo de pescado. En cuanto a las carnes, el 28,5% ha disminuido el consumo de pollo, el 37,4% el de cerdo y el 55,5% el de ternera”. Tremendo, ¿verdad? Y por supuesto se nota en las frecuencias de consumo. “El 60,5% de las familias indica que el año pasado comía pescado de uno a tres días en semana, porcentaje que este año disminuye al 41,2%. […] Las familias que no consumen pescado ni siquiera una vez al mes han aumentado del 4,7 al 10,1%”. También en la carne de ternera: “del 28,7% que la consumía de uno a tres días en semana el año pasado al 14,7% que lo hace en la actualidad”; en la de cerdo: “El año pasado la consumían entre uno y tres días en semana el 40,8% de las familias y actualmente lo hace el 28,7%”; y en la de pollo: “Del 61,6% que la consumía entre uno y tres días en semana en 2021 al 51,3% que lo hace en la actualidad”. Y obviamente, en el tipo de alimentos que consumimos: “El 43,3% ha sustituido una parte o la totalidad del pescado fresco que consume por congelado, mientras que el 18,1% lo ha hecho con la carne. El 33% ha sustituido consumos de productos frescos por conservas. El 19,8% ha aumentado la compra de ultraprocesados”.

La conclusión que extraigo es la de siempre: que la economía, especialmente los precios de los productos básicos, no puede estar en manos del mercado; ha de ser planificada aquélla y controlados éstos. Lo contrario es la ley de la selva, que favorece al fuerte, regida con la ética de la cloaca, en la que campan con comodidad las ratas. Los efectos los estamos viendo todos los días, pero los hemos normalizado y nos hemos acostumbrado a vivir con un porcentaje importante de la población en situación precaria. Y en buena lógica, aunque solo hubiera una persona que pasara hambre (o que no tuviera empleo o un techo bajo el que cobijarse), eso ya sería un indicador de que este sistema no funciona y hay que cambiarlo. A ver si dejamos ya de procrastinar y nos ponemos a ello.


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