La electricidad, menudo botín pirata

La nueva estructura de tarifas eléctricas por tramos horarios se ha estrenado el 1 de junio “con un mínimo de 14,61 céntimos por kilovatio hora (impuestos indirectos incluidos) en hora valle, la más económica, y un máximo de 31,55 céntimos en hora punta, la más cara”, informa FACUA. Con estos datos en la mano, la asociación critica que “el Gobierno no solo no está cumpliendo el compromiso del acuerdo firmado por PSOE y Unidas Podemos en diciembre de 2019 por el que los primeros kWh de cada factura tendrían un precio más bajo, sino que ha impuesto un modelo tarifario que provocará todavía más subidas para los consumidores”.

En esta cuestión, creo además conveniente recordar que lo de la factura de la electricidad ya viene siendo de escándalo, como he denunciado en varias ocasiones aquí mismo. Para empezar, en ella nuestro consumo supone solo en torno a un tercio aproximado de lo que pagamos, mientras que los dos tercios restantes corresponden a impuestos, cargos y peajes. Pese a que desde el Gobierno se ha dado a entender que con la reforma nuestro consumo tiene más peso en el importe final, eso no es cierto; han “removido” los elementos cambiando algunos conceptos, pero la proporción sigue siendo similar: un tercio de “parte variable” y dos de “parte fija”. Y lo que tampoco ha cambiado es que el IVA que se le aplica es el 21%. Es decir, que un recurso de primerísima necesidad, del que depende calentarnos en invierno, alumbrarnos por la noche o que funcionen la mayoría de aparatos que tenemos en casa, en nuestro país se considera un lujo.

Entiéndanme bien: no estoy pidiendo que desaparezcan los impuestos. Pero si de recaudar se trata, que se empleen a fondo con los directos y que cada cual contribuya en función del parné que tenga, porque los impuestos indirectos acentúan la desigualdad social penalizando a quien menos tiene. Y que dos tercios del recibo de la luz sean peajes, cargos e impuestos (insisto: con el IVA al 21% además) resulta en que el millonario no reparará en luces, pero la gente humilde se lo pensará mucho antes de poner la estufa. Y no hay derecho.

Pero ahí no acaba la cosa, pues la forma de organizar aquel tercio de la factura que supone nuestro consumo, la “parte variable”, también es de traca y tampoco ha cambiado. El mercado mayorista de la electricidad tiene montado un sistema de “subasta” diaria: se estima la electricidad que se va a consumir el día siguiente y se completa esa cantidad a través de las distintas fuentes. En primer lugar se introduce la procedente de las tecnologías más baratas (hidráulica y eólica), y si con ellas no se cubre tal cantidad, entran las más caras (centrales de ciclo combinado). Distintas fuentes implica distintos precios, pero no se hace una media: el precio final lo fija la fuente más cara que se haya usado. Todo muy beneficioso, pero solamente para las eléctricas.

Como ven, el escenario descrito es un despropósito de proporciones considerables, que habría que replantear por completo. Pero en lugar de eso, el Gobierno ha optado por echar la pelota al tejado del consumidor, inventándose los famosos “tramos” y “horas valle” y adornándolo con expresiones de indudable belleza como “incentivar un consumo más eficiente” o “fomentar el ahorro energético”, para que planchar o poner la lavadora a unas horas en las que deberíamos estar descansando (porque trabajar de verdad cansa bastante, ¿saben?) parezca una actividad chupiguay de la vida moderna en lugar de lo que es: una nueva humillación a la ciudadanía no pudiente.

En fin, otro ejemplo más de que en nuestra sociedad gobernará quien gobierne, pero las grandes empresas son las que mandan. Y así nos va… A ver si algún día lo cambiamos.


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