La inverosímil realidad

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La inverosímil realidad


Ana de Góngora

Si hace unos años, pocos, pongamos diez o quince, un novelista hubiera tratado de publicar una novela cuya trama fuera semejante a lo que estamos viviendo hoy en nuestro país e incluso a nivel mundial, los editores se la hubieran rechazado tachándola de falta de verosimilitud como reflejo de la sociedad y escasa imaginación para hacerla pasar por ficción.


Lo cierto es que desde que en Estados Unidos eligieran a Reagan como presidente ya podíamos esperar cualquier cosa. Después llegó Berlusconi... Aznar... etc. Sin embargo, somos tan ingenuos que seguimos esperando y confiando; seguimos creyendo que vivimos en una democracia; que somos libres de pensamiento, palabra y obra, y que quienes se presentan a unas elecciones lo hacen honestamente con la voluntad de tratar de hallar soluciones.


¿Qué necesitamos para convencernos de que lo que llamamos “el sistema” como si fuera algo que nos incluyera a todos y todas, en realidad es “su sistema”? La forma de ningunearnos a todos y todas, las personas comunes que somos una gran mayoría que, ahora, atónitos, estamos viendo que “su sistema” en realidad es una gran cloaca. Algo que no ha podido tramarse de un día para otro. Y todo ello mientras nos hablaban de crisis, de que había que apretarse el cinturón, de que estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades... Alucinante. Y lo peor es que había quienes, alienados por los tremebundos mensajes, se lo creían y vivían con cargo de conciencia. Al mismo tiempo, quienes se preocupan por los problemas terribles de nuestra sociedad, a nivel mundial, nos bombardean reclamándonos solidaridad. Sí, se produce aquello de “tú que no puedes, llévame a cuestas”. Así, quienes apenas llegamos a fin de mes nos sentimos conmocionados viendo cómo están malviviendo y muriendo otros en peor situación, y arañamos un euro de aquí, otro de allá, tratando de aportar ese granito de arena.


Mientras, quienes acumulan millones de euros como si fueran chapas, conseguidos arteramente, en paraísos fiscales, solo con lo que les renta ese dinero rapiñado podrían solucionar de una vez muchas de estas situaciones límite. Y sí, he dicho que coleccionan los euros como si fueran chapas, porque ni en siete vidas podrían gastar todo lo acumulado, sobre todo contando que a muchos de ellos les quedan dos telediarios, y cuando se vayan de este mundo no se lo podrán llevar...


Qué vergüenza ajena siento. En muchos sentidos. Porque tenemos unas leyes que nada tienen que ver con la justicia. Según he oído, hace poco lo reconocía un fiscal públicamente: que la ley está hecha para los robameriendas, pero no para los mangantes a gran escala. Fabuloso que quien tiene que aplicar la ley, a estas alturas, reconozca… ¿qué? ¿Que se sienten impotentes ante la caterva de mangantes a gran escala? Porque nos roban al país entero, y además hemos de pagar todos y todas por ellos. Porque los que van de “católicos, apostólicos, romanos” se burlan hasta de los evangelios ignorando la máxima “al césar lo que es del césar...” y son incapaces de entonar el mea culpa... Porque los delincuentes siguen presentándose a las elecciones y, lo que es peor, se les sigue votando...


¿Hasta cuándo vamos a aguantar? ¿Cuánta capacidad de resistencia tenemos? ¿Cuándo terminará esta terrible pesadilla?


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