Celulita roja

(Cuento para explicar a los niños la pandemia de la COVID-19)

Érase una vez una celulita-niña que vivía en el interior de un señor con otros miles de millones de células que formaban su cuerpo. La celulita de nuestro relato tenía una membranita de un color rojo precioso, y por eso todas las células que la rodeaban en el tejido donde vivía le habían puesto como nombre Celulita Roja.

Celulita Roja era una celulita-hija muy linda y cariñosa, que amaba con toda su alma a su abuelita, una célula bastante mayor que habitaba en un órgano próximo al tejido de Celulita Roja. Todas las mañanas la célula-madre, hija de la abuela de Celulita Roja, preparaba una cestita llena de metabolismo del señor donde vivían, para que la llevara a la abuelita, que después de un montón de meiosis (tantas, que ya había perdido la cuenta), estaba tan mayor que ya no podía bajar al supermercado a comprarse el metabolismo necesario para subsistir.

Y ocurrió que un funesto día, un malvado coronavirus saltó de un bicho al organismo de aquel señor, alejó a la célula-abuela de una patada y ocupó su lugar en la cama donde reposaba siempre, poniéndose su camisón y su gorro de dormir, con el más malvado de los planes.

Cuando Celulita Roja llegó con su cestita llena de partículas energéticas recién recogidas del tubo digestivo del señor, no se dio cuenta de que quien se encontraba en la cama no era su abuelita, sino el pérfido coronavirus. Pero notó algunas diferencias. Por eso dijo:

— Abuelita, qué ARN mensajero más grande tienes…

— Para que lo veas mejor… —contestó el SARS-CoV-2, aflautando la voz.

— Abuelita —volvió a decir Celulita Roja—: qué enzimas más grandes tienes…

— Para que las mires mejor… —volvió a contestar el perverso coronavirus.

De pronto, Celulita se alarmó, diciendo:

— Abuelita: ¡qué corona más grande tienes!

— ¡Para infectarte mejor! —rugió el desalmado coronavirus saltando sobre ella.

Y en menos que se tarda en contarlo, había atravesado su membranita celular y se estaba aprovechando de su ADN para duplicarse.

Cuando Celulita Roja volvió a casa, Mamá Célula (es decir, su célula-madre), no tuvo ocasión de decir ni siquiera este cromosoma es mío. El maligno SARS-CoV-2 la infectó en el acto, y desde ella, a todas las células del barrio sin que ni uno de los antígenos que merodeaban por allí diera un ladrido de aviso.

Al día siguiente, el señor donde vivió Celulita Roja tenía una coronavirosis como una catedral. De él, pasó a otros más que, al ser turistas, llevaron el SARS-CoV-2 a otros países. Y por culpa del turismo, lo que empezó siendo una epidemia se convirtió en la pandemia que azotaba al mundo.

El señor en el que había vivido Celulita Roja, habitaba en Wuhan.

Así que, amados pequeñuelos, ya sabéis cómo empezó todo.



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