Individualismo, fragmentación social y concentración de poder en las minorías

EDITORIAL. Enero 2017.

El individualismo lleva necesariamente a la lucha por la supremacía del más fuerte y a la búsqueda del éxito a cualquier precio. Tal postura comenzó con unos pocos que respetaron ciertas reglas de juego entre sí frente a la obediencia de los muchos. De todas maneras esta etapa se agotará en un “todos contra todos”, porque tarde o temprano se desbalanceará el poder a favor del más fuerte, y el resto, apoyándose entre sí o en otras facciones, terminará por desarticular tan frágil sistema.

Pero las minorías han ido cambiando con el desarrollo económico y tecnológico, perfeccionando sus métodos a tal punto que en algunos lugares en situación de abundancia las grandes mayorías desplazan su descontento hacia aspectos secundarios de la situación que les toca vivir. Y se insinúa que, aun creciendo el nivel de vida global, las masas postergadas se contentarán esperando una mejor situación a futuro, porque ya no parece que cuestionarán globalmente al sistema, sino a ciertos aspectos de urgencia.

Todo eso muestra un giro importante en el comportamiento social. Si esto es así, la militancia por el cambio se verá progresivamente afectada, y las antiguas fuerzas políticas y sociales quedarán vacías de propuestas; cundirá la fragmentación grupal e interpersonal y el aislamiento individual será medianamente suplido por las estructuras productoras de bienes y esparcimiento colectivo concentradas bajo una misma dirección. En ese mundo paradojal se terminará de barrer con toda centralización y burocratismo rompiéndose las anteriores estructuras de dirección y decisión, pero la mentada desregulación, descentralización, liberalización de mercados y de actividades será el campo más adecuado para que florezca una concentración como no la hubo en ninguna época anterior, porque la absorción del capital financiero internacional seguirá creciendo en manos de una banca cada vez más poderosa. Similar paradoja sufrirá la clase política al tener que proclamar los nuevos valores que hacen perder poder al Estado, con lo cual su protagonismo se verá cada vez más comprometido. Por algo se van reemplazando desde hace tiempo palabras como “gobierno” por otras como “administración” haciéndose comprender a los “públicos” (no a los “pueblos”) que un país es una empresa.

Por otra parte, y hasta tanto se consolide un poder imperial mundial, podrán ocurrir conflictos regionales como en su momento ocurrió entre países. Que tales confrontaciones se produzcan en el campo económico o se desplacen a la arena de la guerra en áreas restringidas; que como consecuencia ocurran desbordes incoherentes y masivos; que caigan Gobiernos completos y se terminen desintegrando países y zonas, en nada afectará al proceso de concentración al que parece apuntar este momento histórico. Localismos, luchas interétnicas, migraciones y crisis sostenidas no alterarán el cuadro general de concentración de poder. Y cuando la recesión y la desocupación afecte también a las poblaciones de los países ricos, ya habrá pasado la etapa de liquidación liberal y comenzarán las políticas de control, coacción y emergencia al mejor estilo imperial... ¿Quién podrá hablar entonces de economía de libre mercado y qué importancia tendrá sostener posturas basadas en el individualismo a ultranza?

 

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