Una poeta del 27 en el distrito de Salamanca

Semblanza de una escritora, en el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo)

CARLOS RODRÍGUEZ EGUÍA. Marzo 2017.

Ernestina de Champourcin (Vitoria, 10 de octubre de 1905 – Madrid, 27 de marzo de 1999) era poeta. Así quería que la llamaran. Decía: “No puedo oír mi nombre acompañado del horrible calificativo de poetisa”. Su aristocrática familia se instala en Madrid, primero en la calle Marqués de Villamejor, cerca del paseo de la Castellana.  Estudia Bachillerato como alumna libre y renuncia a cursar Filosofía y Letras. No quiere ir a la universidad, acompañada de una mujer “carabina”, como era costumbre entre la gente de su clase, en esa época. Aprende francés e inglés con profesores particulares y se forma literariamente leyendo en la biblioteca de su padre, el barón de Champourcin, y participando en tertulias literarias, como las organizadas por Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia, en la casa de Padilla 38, donde viven desde hasta su exilio en 1936.

Se casa en 1936 por lo civil con el poeta Juan José Domenchina (1898–1959), cuya familia reside en el número 48 de la calle Serrano. Secretario personal de Manuel Azaña, pasa a ser su secretario político al proclamarse la República en 1931, circunstancia que aumenta el rechazo de la familia monárquica de Ernestina a su matrimonio. La separación de sus parientes, con motivo de la guerra, le inspira su única novela, Casa de enfrente, de la que se publica un fragmento en la prensa con el título de Mientras allí se muere (1938).

En la poesía de Ernestina hay tres etapas muy claras: del amor simplemente pasa al amor humano, y de éste al amor trascendente, cuando a ella no le basta con ser. Quiere trascender, como consecuencia de su cambio espiritual en México, donde estaba exiliada con su marido. Ya viuda y sin hijos, se instala en Madrid.

Comienza publicando poemas en revistas y, a partir de 1927, escribe crítica literaria en diarios. De su primer poemario En silencio (1926), de influencia modernista, no quiere saber nada más adelante. Le siguen Ahora (1928) y La voz en el viento (1931), prologado por Juan Ramón Jiménez. De El nombre que me diste (México, 1960) son estos versos heptasílabos: “¡Qué raquítico apoyo / buscó la desmedida / vanidad de mis sueños! / Ningún árbol empina / cuando el amor es poco / y la ambición exigua…”. En México se publican además Cárcel de los sentidos (1964), Hai–kais espirituales (1967) y Poemillas navideños (1983), aparte de sus traducciones en el Fondo de Cultura Económica.

En esta breve semblanza no se define la poesía de Ernestina, una de las pocas poetas pertenecientes a la generación del 27. Tampoco ella era partidaria de definirse. Juan Ramón Jiménez, su buen amigo y maestro, es su poeta preferido. Más que olvidada, es  poeta ignorada, cosa que no la preocupaba. En Poemas del ser y del estar (1972), escribe: “Si me van dejando sola, / ¿qué importa? /… / Camino por tu camino. / Las demás sendas, / ¿qué importan?”. Además de verso libre, escribe rimado, como las décimas o espinelas, en versos octosílabos, de Presencia a oscuras (1952).

En los últimos años de su vida, ciega y sorda, sigue dictando versos como espumas de la ola inagotable de su inspiración. De los años noventa son Los encuentros frustrados, Poesía a través del tiempo, Del vacío y sus dones y Presencia del pasado, última obra, publicada en 1996.

 

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