El Museo Lázaro Galdiano presenta ‘Nada es tan profundo como la piel’

Una experiencia sensorial de Marina Núñez sobre la idea del ser humano como ecosistema

El verso de Paul Valéry en el que el poeta ponía en evidencia que la epidermis nos conecta con el entorno y los objetos que nos rodean sirve de título a este proyecto de intervenciones realizadas expresamente para el Museo Lázaro Galdiano, generadas con software 3d y utilizando por primera vez en algunos detalles la IA (Inteligencia artificial). Imágenes digitales, dibujos y esculturas de cristal de la artista Marina Núñez componen Nada es tan profundo como la piel, un conjunto de site specific que, hasta el 10 de marzo y comisariado por Isabel Tejeda, se posarán, desde la delicadeza y la intimidad, en la superficie de las Salas 7, 9, 11, 17, salón de baile y Pórtico, apropiándose de manera sutil de la noción misma de museo de arte y de colección como una fórmula que redimensiona su sentido al proponer modelos museográficos alternativos.

"Envidia (rama de abedul)", 2022. 

No es la primera vez que la artista palentina trabaja sobre colecciones ni espacios patrimoniales. Pero sí resulta ésta una ocasión especial. Su peculiaridad es que “en su origen, el Lázaro Galdiano fue entendido como una Gesamtkunstwerk, una obra de arte total en la línea de los gabinetes de curiosidades o los studiolos del Renacimiento europeo”, como expresa la comisaria y catedrática de la Universidad de Murcia. “Sí, creo que esta exposición tiene mucho que ver con otras anteriores; pero, tanto por las obras de la colección como por su propia arquitectura, es diferente: parto de la abundancia de ornamentos del Lázaro Galdiano, tanto aquellos que decoran las salas como los representados en muchos cuadros”, añade Marina Núñez.

Porque sobre lo más profundo, en la piel, vaga la intuición poética con conocimientos que la razón no alcanza. Si la piel es la encargada de poner en contacto el adentro con el afuera como umbral de las sensaciones en relación con las que tiene el mundo, Marina Núñez, a través de sus obras, pretende integrarse en el museo con una discreción que parece deslizarse sin hacer apenas ruido, apostando por las superficies materiales, por la piel del propio espacio y los elementos que lo habitan, “y no por hipotéticas esencias profundas e invisibles”, como ella misma especifica.

En diferentes salas, la artista se sirve del ornamento, estilema propio de un pasado pre-industrial, como algo no epidérmico, sino estructural, para construir un nuevo imaginario con connotaciones políticas sobre el papel de las mujeres en la historia del arte y en la sociedad, manteniendo así la coherencia conceptual y temática con sus primeros trabajos de los años 90, y conduciendo al espectador hasta la idea de que los seres humanos somos naturaleza, que nuestro entorno no es algo ajeno a saquear.

"Las herboristas" (fotograma) (2023). 

En todas las obras se representan, además, plantas, antiguas o nuevas especies botánicas, que se pueden encontrar en las telas, en las pieles, en la arquitectura de las obras o del Museo. “El ornamento representa vida, y produce vida, y nos encontramos seres humanos como paisajes, como ecosistemas”, apunta la artista, que ha pretendido llevar a cabo actuaciones respetuosas en las que las piezas de los grandes maestros mantengan su centralidad y no pierdan en ningún momento su visibilidad ni su protagonismo. Marina Núñez defiende que la naturaleza no es lo otro, sino lo mismo, retomando el topos de la oposición de la historia del arte entre naturaleza y artificio, que pone en cuestión. De esta manera, evidencia la condición orgánica del ser humano y su fragilidad. Y lo hace con cuerpos femeninos.

 


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