
CARLOS RODRÍGUEZ EGUÍA. Julio-agosto 2018.
En el apartado séptimo del primer capítulo de Constituciones de la Real Biblioteca de 1761 se prohibía la entrada a la biblioteca a mujeres en días y horas de estudio, permitiendo que la visitaran en días de fiesta, con permiso del bibliotecario mayor, que entonces ejercía las funciones de director. Era el sentir general de una sociedad en la que se daba preferencia a la enseñanza de las labores a las niñas, educadas para ser esposas y madres, sin que importara que fueran analfabetas. A medida que la mujer sale de la ignorancia, es más difícil conseguir su sumisión. El conocimiento es como las alas de un pájaro. Le permiten volar.

Al cambio de tan degradante situación contribuye la escritora María Antonia Gutiérrez Bueno (1781-1874), autora de un diccionario sobre mujeres célebres, publicado con el seudónimo de Eugenio Brunet y Ortazán. En 1837 solicitaba documentarse en la biblioteca. La reina regente María Cristina de Borbón autoriza su entrada a una sala desocupada en la planta baja de un local de la biblioteca separado del destinado a los hombres. Posteriormente se amplía el número de mujeres que pueden acceder a esa sala, hasta que a las investigadoras siguen las lectoras, en los mismos locales que los hombres y con iguales obligaciones y derechos, en cuanto a usuarias de la biblioteca. Ángela García Rives es la primera bibliotecaria de la BNE en 1914.
Hoy en día, la directora de la BNE es Ana Santos Aramburu desde 2013. La nueva situación responde a una realidad. Según una encuesta de 2015 sobre hábitos de lectura en España, hay un 66,5% de lectoras frente a un 57,6% de lectores. La superioridad se da en todos los ámbitos de la cultura. En la misma encuesta del Ministerio de Educación y Cultura, se dice que hay más afición a escribir entre las mujeres (8,6%) que entre los hombres (7%).
