HISTORIAS DEL DISTRITO. Llivia, El Tostado y Doña Berenguela

“La atmósfera vibraba y se veía difícilmente a
su través. En el horizonte había un sol
pálido y tembloroso; al extremo opuesto
surgía la luna. Entonces extendí ambos
brazos para orientarme y poder ir hacia la
ciudad, pero ésta ya no existía.”

Sueño 15, Juan Eduardo Cirlot (1951)

Llevo tiempo guardando un artículo, quizás ya lleve dos años con él. Cada vez que lo retomo, lo vuelvo a guardar para otro momento más oportuno... Sin embargo, hace varias noches, como una ráfaga fugaz, un sueño breve me entregó un guiño para retomarlo. Y es que pocas veces el lógico surrealismo de mis sueños discurre por derroteros a los que me interesan despierto.   

Sobrevuelo Madrid en globo, parece que estoy dentro de una litografía del francés Guesdon, aquella en la que se puede contemplar la Puerta de Alcalá y la vieja plaza de toros derribada en 1874. Absorto, observo debajo y en primer término la Puerta de Alcalá, el Real Pósito, a mi derecha la fábrica de carruajes, un poco más lejos a la izquierda los cuarteles del Retiro...

Plano catastral de Carlos Colubi (siglo XIX)

Y de repente encuentro que me giré sobre la cesta para ver lo que dejo atrás. Abajo, entre la plaza y los Campos Elíseos, encuentro paradores, tejares, huertas y varias calles que ya había visto en viejos mapas y sobre las que había leído brevemente... Fascinado, quedo frustrado porque se interrumpe de manera brusca.

Decidí, pues, retomar el viejo texto poco hilvanado y escribir sobre aquella zona, a pocos metros de una de las entradas más importantes a Madrid, tan diferente a la actual y quizás hoy inverosímil.

Por aquellos lares en el siglo XIX se podía entablar contactos para encontrar trabajo, hallar por módicos precios lugares donde comer y beber vino, e incluso un catre donde dormir en paradores como el de San José o el de Salas. Allí existían los tejares de Josefa Villar y algunas tabernas. Lo que sigue son recuerdos de lo que fue la vida en aquella zona antes de que se construyeran los efímeros Campos Elíseos (1864), entre la calle de Alcalá, Príncipe de Vergara, Hermosilla y Velázquez, y posteriormente se ampliara el barrio de Salamanca.

Si uno deseaba subir desde la ronda de Alcalá a la calle Goya podía hacerlo por unos terrizales (que ahora son la calle Lagasca) anteriores a dichas calles. La calle de Velázquez aun no llegaba hasta allí. Por ejemplo, la de Doña Berenguela —dedicada a la regente y reina de Castilla (s. XII-XIII) y nieta de Leonor de Aquitania— discurría de manera casi diagonal a la ronda y estaba situada detrás del Parador del Horno y Parador de San José, y discurría en diagonal.

Plano parcelario de Madrid (Detalle. Instituto Geográfico y Estadístico, siglo XIX)

Un poco más arriba, la de El Tostado, dedicada al abulense Alonso Fernández de Madrigal (siglo XV), clérigo, escritor prolífico y extensamente erudito que generó una frase ya olvidada: “saber (o escribir) más que El Tostado”. Era también diagonal, y permitía acceder, si uno quería, desde el actual encuentro de Velázquez con Alcalá hasta el final de Jorge Juan (entonces muy corta, terminando a la altura de la actual Lagasca). Existían en esta calle viviendas muy humildes donde se arracimaban decenas de familias de Aragón, Cantabria, Castilla la Nueva... Madrid en aquellos tiempos duplicó y casi triplicó su población en zonas de extrarradio como era ésta.

Finalmente nos queda la calle de Llivia, paralela a la de El Tostado y bordeando los Campos Elíseos. Estaba dedicada a la ciudad de Gerona (1660) que quedó aislada y completamente rodeada por territorio francés en la Baja Cerdaña. Era de propiedad particular de Rafael Mitjavila, hijo de comerciantes textiles procedente de Llivia. Allí tenía un telar, huertos y casas de alquiler. Mitjavila prosperó rápidamente y construyó una vivienda-parador de dos plantas con la idea de mejorar el negocio de alquiler de habitaciones. Contaba con taberna e incluso oficina para contratar a nodrizas.

El oficio de nodriza era muy demandado en dos de sus tres modalidades: (de pago) para la Casa Real y las familias acomodadas que pudieran costear el servicio. Para las Inclusas (como lo eran las de Mesón de Paredes o el colegio de Desamparados de Atocha) eran destinadas las mujeres más humildes.

Era un oficio en el que se exigía de ellas “tener una salud contrastada, que fueran mujeres robustas, jóvenes, madres de más de un hijo y de menos de seis para garantizar la riqueza de la leche, que no hubiese abortado, que sus senos fueran anchos y de pezones prominentes, que no tuvieran mal olor de aliento y que sus propios hijos hubiesen sido concebidos dentro de un matrimonio legítimo y cristiano”.

El parador y horno de San José, lindando con la Ronda de Alcalá, estaba regentado por Leandro Aguirre e Ignacia Díaz, quienes lo adecentaron en los cincuenta para la numerosa concurrencia de forasteros. Y contaba con una taberna, que llevaba su hermano Antonio. Se hizo especialmente célebre aquel año en que la elefanta Pizarro se escapó de la plaza de toros de los Campos Elíseos y arrambló en él para atiborrarse con las viandas del horno que probablemente olió al huir para aquella zona.

Paradores, casas, tabernas, calles... Todo aquello fue derribado. Y con ello el olvido y la memoria de vidas pasadas de quienes allí vivieron.

“Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan” (Miguel de Unamuno).


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