HISTORIAS DEL DISTRITO. Lo que se debe decir, debe decirse

Llueve ahí fuera, lo oigo tras el plástico de las persianas bajadas. Subo un poco la mía, con un poco de esfuerzo y sumo cuidado para no molestar a quien duerma en nuestra habitación.

Observo primero a lo lejos, para saber dónde alcanza la vista... A mi derecha, el Pirulí ya iluminado; y a mi izquierda el edificio que sobresale más es ese donde están Los Calamares haciendo esquina (Francisco Silvela con Alonso Heredia). Debajo, a pesar del aguacero, el trajín de terrazas de restaurantes y coches de Conde de Peñalver rivaliza con el sonido arrollador de la lluvia. Detrás de mí, el contraste entre el silencio del interior de la habitación del hospital y el fragor del exterior.

Nuestra “vecina” duerme plácidamente mientras su hermana creo que lee algo en la tableta. Mi madre está en silencio, seguramente dolorida y algo mareada... Lo importante es que aún sigue con nosotros.

Aunque esta noche lluviosa en gris cansado me parezca que dejó por fin de chorrear la tristeza por las paredes blancas de la habitación, estoy firmemente convencido de que quienes estamos en esta habitación sentimos que estamos como en casa.

Echo la vista a lo lejos en el tiempo, y encuentro que su origen comienza hace casi dos siglos, un 11 de febrero de 1852. Aquel día la reina Isabel II solicitó a Bravo Murillo, entonces presidente del Consejo de Ministros (cargo equivalente al actual jefe del Gobierno), la construcción de un hospital en honor de su hija la infanta Isabel (“La Chata”). Días atrás ambas pudieron haber sido asesinadas por el cura Merino, ella y su hija. Al presentarla en la iglesia de Nuestra Señora de Atocha el cura aprovechó su presencia en el acto para intentar perpetrarlo. Al salir ambas ilesas, se decidió hacer como ofrenda y agradecimiento dicho hospital.

Se puso la primera piedra (16/10/1852) en el paseo de Areneros (hoy Alberto Aguilera), quedando inaugurado en 1857 (24 de abril) y bautizándolo como “Hospital de la Princesa”. Pasó el tiempo, y cambió de nombre e incluso de lugar hasta el presente...

En la I República (1873-1874) se denominó Hospital Nacional; en la II República (1931-1936) Hospital de la Beneficencia General, y durante la Guerra Incivil (1936-1939) Hospital Nacional de Cirugía, trasladándose preventivamente al colegio de El Pilar en el distrito de Buenavista. Terminada la guerra, se decide volver al viejo edificio, y aunque se hicieron arreglos por los estragos causados durante el conflicto, e incluso se hicieron ampliaciones, resultó ya un lugar exiguo y anticuado.

Se valoró que era interesante reinstalarlo en el terreno donde estuvo el campo de fútbol de Torrijos, donde jugaron al football La Veterana (Real Sociedad Gimnástica Española) y posteriormente el Unión Sporting (que lo rebautizó como Castilla). Aquella manzana la ceñían Diego de León, Torrijos (Conde de Peñalver), estaba cerrada aún por el convento de Carmelitas de Santa Ana y San José (calle de Torrijos 66, luego 73) y Hermanos Miralles (General Díaz Porlier).

En 1944 (16/02) se iniciaron las obras del que se denominaría Gran Hospital de la Beneficiencia del Estado. Curiosamente se estaban basando en un proyecto del arquitecto Amós Salvador Carreras de los años veinte. El arquitecto Manuel Álvarez Chumillas se encarga de culminar el proyecto, que se inauguraba el 3 de noviembre de 1955.

El edificio estaba situado sobre una superficie de 10.000 m2, y un alzado de 14 plantas (3 de ellas soterradas). En ellas se dispusieron 28 salas, 11 quirófanos equipados con el instrumental más moderno y completo. Además, contaba con especialidades novedosas: Cirugía Torácica, Endoscópica y Anestesistas. Estaba dotado de aire acondicionado. Paulatinamente se añadieron nuevas unidades: Cirugía General, Urología, Neurocirugía, Ginecología, Traumatología... Empezó a funcionar con 100 camas, 761 camas (1959)...

Estaba destinado a atender prioritariamente a los pobres de solemnidad de Madrid y de provincias. Sin embargo, quien pudiera pagarlo podría disfrutar de una habitación individual (100 diarias, más 25 pesetas si tenía acompañante). Las intervenciones (3.000/6.000 ptas.), transfusiones, analíticas y medicamentos los sufragaban los propios pacientes. Aunque en 1959 se afirmó en la prensa nacional que era uno de los hospitales mejores de Europa, en una comisión del mismo año se afirma que tiene una distribución de servicios con criterios poco actuales.

Fueron pasando los años, décadas, y hasta finales de los setenta no recupera su espíritu. Siempre deseó mantener el tándem asistencial y el de investigación científica, por lo que para conseguirlo comienzan las obras de remodelación integral a partir de un proyecto realizado por los arquitectos Reinaldo Ruiz Yébenes y Alfonso Casares Ávila. Terminan el 15/10/1984, y se decide que el hospital vuelva a redenominarse “de La Princesa” (Hospital Universitario de La Princesa, dada su colaboración con la Universidad Autónoma de Madrid) tras cinco años de remodelación y reconversión para ampliar su superficie a 68.621 m2, y de las 14 plantas pasan a estar hospitalizadas 8. Nuevos servicios y secciones, dispusieron especialidades médicas y quirúrgicas altamente especializadas. El resto, laboratorios. Tuvo 489 camas.

No todo quedo ahí: irá modernizando paulatinamente sus instalaciones, e incluso con la modernización del servicio de Urgencias se decide abrir (30/09/1989, por la calle Maldonado) un acceso independiente del principal.

Uno de los éxitos lo consigue en Biomedicina, y según datos ofrecidos por la Unión Europea (1999) como el hospital español que ofrecía mayor productividad científica. Fue siempre un hospital público de referencia en especialidades como Reumatología, Hematología, Dermatología o Neurología, y que ha logrado diversos premios en la categoría de Investigación Social y Científica.

Obras del Campo de Torrijos (1930). El solar corresponde a donde está ahora el Hospital Universitario de la Princesa.

En 2012 (noviembre) se intentó “reconvertirlo”, pero la reacción y participación vecinal y de los propios trabajadores del hospital contagiaron a otros. Eran aquellas concentraciones de protesta de 12:00 y 18:00. Y existieron encierros del personal para protestar. Fue un ejemplo, y se sumaron el Hospital Infanta Leonor (Vallecas) y el del Henares (Coslada). Luego se apuntaron también los del Tajo (Aranjuez) y el Sureste (Arganda del Rey). Los últimos en apuntarse fueron el Hospital Infanta Cristina (Parla), el Infanta Sofía (San Sebastián de los Reyes) y el Carlos III (Madrid).

Deseo terminar este último punto parafraseando a uno de mis periodistas preferidos [Mariano José de Larra], yo que suelo estar en territorios muy alejados en donde él descollaba con brillantez, aquí deseo afinar. “Hay verdades de verdades, y […] podríamos clasificarlas con mucha razón en dos: la verdad que no es verdad, y... Dejando a un lado las muchas de esa especie que en todos los ángulos del mundo pasan convencionalmente por lo que no son, vamos a la verdad verdadera, que es indudablemente…” que se deseaba que el dinero fuera público pero la provisión (y el beneficio) fueran privados.

Finalizo ya, y deseo añadir a esa especie de lema que tienen en La Princesa, aquel que afirma que es “un viejo edificio que alberga una moderna organización”... La Princesa resulta ser además una casa inmensa donde poder sanar y ser cuidada cualquier persona, con una atención y una calidad humanas (por parte de auxiliares, enfermeros, doctoras, cirujanos) enorme.

Gracias siempre al personal de La Princesa.


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