Nos declaramos en paz



EDITORIAL.

La respuesta que se está dando desde instituciones y Gobiernos a la violencia terrorista desatada a raíz de los atentados de París nos va a acarrear a todos males mayores. “Va a ser peor el remedio que la enfermedad”, como asevera el dicho popular.

No se reflexiona con suficiente profundidad y ecuanimidad acerca de las raíces de esta violencia, limitándose a buscar culpables de una manera mecánica y ciega. Hay que denunciar la violencia como el problema fundamental actual. De la situación de violencia deriva todo conflicto individual y social. Hay que distinguir numerosas formas de violencia. No solo sufrimos la más espectacular forma, que es la violencia física, a la que reconocemos en la guerra, la tortura, el atentado, el asesinato, la agresión delictiva y el castigo corporal. También existe una violencia económica conocida como “explotación”. También existe una violencia racial conocida como “discriminación” o “segregación”. También existe una violencia religiosa conocida como “fanatismo” o “intolerancia”. Y también existe una violencia psicológica, que comienza en la familia, se continúa en la educación y termina en el adormecimiento nihilista de los jóvenes, abriendo además un abismo generacional cada vez más peligroso para la estabilidad social y personal.



Es evidente que el terrorismo debe mucho a la situación de privación de lo más básico, de discriminación e injusticia que sufren muchas personas, no solo en lejanas partes del mundo, sino también en nuestra propia Europa, donde se condena a vivir una vida sin futuro a muchos jóvenes, a los cuales, además, se les hace creer que su existencia no tiene ningún valor y se les trata como individuos que sobran y molestan.

Mientras la violencia de cualquier tipo sea el signo bajo el que vivimos cotidianamente y no empecemos a adoptar otro tipo de comportamiento, de respeto y compasión por las otras personas y los otros pueblos y culturas, nuestra especie va a seguir corriendo un serio peligro, porque la injusticia radical que sufren tantos seres humanos es madre de muchas explosiones revanchistas que luego nos golpearán de manera “inesperada”.

Y como consecuencia lógica de la falta de suficiente reflexión sobre las causas profundas de la desgracia que nos golpea, las respuestas que se están adoptando desde Gobiernos e instituciones internacionales no solo no van a acabar con la violencia terrorista, sino que la van a incrementar peligrosamente. Y las víctimas seremos, como siempre, los ciudadanos comunes, por lo menos mientras sigamos permitiendo que los irresponsables y ciegos poderes que nos gobiernan —no solo los políticos, también los económicos, culturales y mediáticos— continúen en la misma línea. Porque ellos ganan votos, audiencia, dinero o poder gracias a nuestra complicidad y miopía.

¿Cuándo nos daremos clara cuenta de que la guerra y la violencia de cualquier tipo no soluciona ningún conflicto, sino que solo los agrava, aparte de arrastrar el resentimiento personal y social por centurias? Hoy en día es muy necesario salir del círculo vicioso constituido por la recepción de un estímulo violento al que se responde de forma igualmente violenta, porque así nunca vamos a salir de ese bucle trágico, solo lo vamos a realimentar. Debemos aprender a ponernos en la piel del otro y tratar de comprender las raíces de los problemas, no solo reaccionar de manera mecánica y ciega ante lo que experimentamos.



Necesitamos con urgencia explorar nuevos caminos, como el de la reconciliación con lo que nos ha pasado o con las personas o pueblos que nos han hecho daño. Sabemos que esto es muy difícil lograrlo, porque el daño anidado en nuestras vísceras exige reparación. Pero si no comenzamos a intentarlo y no somos capaces de conseguirlo, nuestro destino se verá seriamente comprometido, ya que la espiral de violencia crece por momentos y nuestra capacidad destructiva es cada vez mayor, siendo que hoy incluso ciertos tipos de pequeñas armas atómicas están al alcance de grupos violentos de todo signo y nacionalidad.

Hoy, más que nunca, es necesario esclarecerse y esclarecer a otros. Es necesario comprometerse valientemente y definir posiciones en nosotros y en los demás. Hay que desmontar la bomba que llevamos dentro y comprender que en una sociedad no violenta donde se respete a todos y ayude a su desarrollo, no tendría cabida ni el terrorismo ni la aceptación de poderosos que invaden y saquean a otros pueblos.

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