El espectáculo continúa



ROBERTO BLANCO TOMÁS. Marzo 2020.

El mes pasado dedicaba esta misma sección al coronavirus y a todo el circo que se ha creado en torno a dicha enfermedad. Como los medios no hablan de otra cosa y por lo tanto también ha sido el “tema del mes” en febrero, voy a aprovechar para centrarme en una faceta concreta del asunto, precisamente ésa: su tratamiento en los medios de comunicación.

Hay que decir que no estamos ante un fenómeno nuevo: los medios viven de dar noticias y captar el interés de la audiencia, ya que a mayor audiencia, más ingresos. No todas las noticias concitan el mismo interés, y por ello no a todas se les da el mismo espacio, en una selección que empieza mucho antes de su publicación, pues la primera criba consiste en elegir cuáles entran y cuáles no. Un “juego de la cuerda” (ya saben: una cuerda, dos equipos tirando uno de cada lado y en ocasiones un charco de lodo en medio. Sí, es una metáfora) clásico en el periodismo es el que se da entre la vocación de servicio público (ofrecer la información que se considera que la ciudadanía debe conocer para que pueda ejercer plenamente sus derechos; el “interés público”) y el afán de conseguir más audiencia que el resto en busca de mayores ingresos publicitarios (privilegiar las noticias más morbosas y llamativas, dándoles un enfoque más “sexy” y sensacionalista con la idea de que eso es lo que quiere la audiencia; el “interés del público”). Aunque el sensacionalismo siempre ha existido, podemos decir que hay un continuo desde los años setenta, especialmente en la televisión pero también en otros medios (lo anunciaba en 1976 la fabulosa película Network, un mundo implacable, de Sidney Lumet), que en nuestro país va tomando forma en los ochenta, se establece en determinados formatos en los noventa con la llegada de las televisiones privadas, sigue su curso y hoy lo podemos ver en mayor o menor medida en casi toda la información que se consume (nunca mejor elegido el verbo). Me refiero a lo que se ha venido a denominar “infotainment” (por mezclar información con entretenimiento).

En esta desviación bastarda del periodismo, presentadores y reporteros se convierten en showmen y showwomen, y tienden a convertirlo todo en un espectáculo (todo lo que difunden, pues el proceso de selección, en el que han variado los criterios, ya ha descartado todo lo no susceptible de convertirse en tal), con abuso del especial informativo y la conexión en directo, incluso en temas que normalmente se habrían saldado con un resumen de lo ocurrido en el siguiente telediario (por ejemplo la primera reunión de la mesa de diálogo sobre Cataluña, en la que lo interesante es lo que salga de ahí, no el minuto a minuto, que obviamente no da para tanto). Curioso es observar cómo paralelamente a esto ha ido subiendo el volumen de la voz en los programas informativos, y ahora muchos de ellos se hacen casi a gritos (ya no hay quien eche una siesta, demonios). Súmese también la obsesión por meter a “opinadores” hasta en la sopa, y en la evolución de los debates sobre “temas serios”, que cada vez difieren menos en las formas de un Tómbola o un Sálvame.

El tratamiento del coronavirus es un ejemplo excelente de lo que estoy describiendo, por ser un “caramelo” para los medios que han abrazado este tipo de enfoques: una epidemia que viene de Oriente y se va extendiendo por el mundo en plan serial apocalíptico. Todo ello pese a que su índice de propagación y su mortalidad son mucho menores que los de nuestra ya casi entrañable gripe. La obsesión por el “está pasando” y la “información en directo” ha motivado que los medios informen uno por uno de los fallecidos a nivel mundial, así como de los nuevos casos en nuestro país. ¿Se imaginan ustedes que hicieran lo mismo con cada nueva persona infectada de gripe en España? Pues eso.

A modo de resumen, permítanme dos observaciones. Por una parte, entiendo que hay un interés fundamentalmente económico y sumamente irresponsable de los medios comerciales, a los que no parece importar que se cree una alarma social que ya está teniendo consecuencias con tal de conseguir más audiencia. Y por otra parte, todo esto suma y sigue en el proceso de inocular miedo (ya habitual en la crónica de sucesos) para que la gente se sienta cada vez más indefensa y más en manos de las instituciones. Porque una sociedad con miedo es una sociedad manejable.

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