Creador de espejismos

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LA GOLONDRIZ

Creador de espejismos


(Parábola para año de elecciones)


 
Pgarcía

— ¡El creador de espejismos! ¡Viene el creador de espejismos! —vocearon los niños de los miserables que vivían en las chabolas y escombreras del suburbio de la Gran Ciudad.
— ¡Bienvenido seas, creador de espejismos! —se hincaron de rodillas las famélicas jovencitas del suburbio aspirando con delectación el costoso perfume que emanaban las ropas del creador de espejismos.
— ¡Hola, queridos! —se detuvo el creador de espejismos, envuelto en el elegantísimo abrigo de astracán, materialmente cercado por la multitud de pobres tiritantes—. Vengo de nuevo a traeros un poco de felicidad, pues mi corazón está siempre a vuestro lado. ¿Qué es lo que deseáis?
— ¡Pisos! —aullaron las raquíticas muchachas, besando los bajos del costoso abrigo—. ¡Deseamos viviendas, pues todas las chabolas del suburbio están superhabitadas, y si no tenemos piso no podemos contraer matrimonio con nuestros novios!
— Sea —dijo el creador de espejismos mirándolas con sus ojos magnéticos—. Ahí tenéis esa finca para vosotras.
Y, extendiendo el brazo, señaló hacia un descampado en el que, de improviso, en medio de una luz irreal, apareció la imagen de una modernísima finca funcional con un rótulo que decía: “Se regalan pisos”. Y las hijas de los miserables corrieron hacia ella lanzando grititos de placer.
— ¡Queremos alimentos de primera calidad! —le tiraron de la manga otros hambrientos habitantes del suburbio—. ¡Estamos hartos de mendrugos y cosas deterioradas que sacamos de las basuras!
— Tened comida —exclamó con voz tonante el creador de espejismos, dirigiendo la mano hacia otro punto. E inmediatamente, entre la neblina, se dibujó una serie de mesas fantásticamente surtidas, ante las que camareros de esmoquin, portando humeantes bandejas, esperaban la llegada de comensales para empezar a servirles.
— Queremos… —empezaron otros miserables.
— ¡Basta por hoy! —cortó el creador de espejismos—. Volveré otro día. Mis deberes me llaman a un lugar distinto. Quedad con mi bendición.
Y con paso lento y majestuoso, dejando una estela de embriagador perfume tras sí, se fue alejando el creador de espejismos hacia la limusina que le aguardaba.
— ¡Mirad! —gritaron algunas jovencitas—. ¡La finca desaparece!
— ¡Fijaos! —gimieron los hambrientos—. ¡Las mesas, los camareros y la comida se disuelven en la niebla!
— Sí —asintieron los miserables más viejos—. Siempre pasa igual. Todo desaparece en cuanto se marcha el creador de espejismos.
Lágrimas duras resbalaron por las mejillas de los indigentes. Pero en sus ojos había una nueva luz. La luz de la esperanza de que algún día volviera a estar entre ellos, aunque fuera por breves instantes, el creador de espejismos.

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