La carga de la empatía, por Miguel Angel Amortegui

En las últimas semanas, he estado cubriendo las protestas en curso en el Reino Unido, desencadenadas por los eventos inesperados del 7 de octubre cuando Hamás lanzó un ataque sorpresa a Israel. El asalto apuntó a un festival de música, un puesto militar y resultó en el secuestro de 120 víctimas llevadas de vuelta a Gaza. Este incidente sacudió a toda la nación, poniendo a la comunidad internacional en alerta máxima y haciéndola consciente de la gravedad de la situación.

La respuesta de Israel, inicialmente marcada por bombardeos selectivos, evolucionó rápidamente hacia un asalto más amplio e indiscriminado, afectando no solo a objetivos militares sino también a la infraestructura civil. Las consecuencias fueron devastadoras, dejando hospitales, escuelas, campos de refugiados y edificios residenciales en ruinas y provocando la muerte de miles. El miedo se cernía sobre el territorio de Gaza, sin que ningún lugar se considerara seguro.

Como fotógrafo, me sentí compelido a documentar el caos en desarrollo, uniéndome a los manifestantes que exigían un alto el fuego en Gaza. La pasión y la ira en los primeros días eran palpables, una determinación firme de ser la voz de los sin voz. Sin embargo, a medida que aumentaba el número de muertos, su moral disminuía. Las lágrimas y la lucha por articular la magnitud de la tragedia se volvieron normales. En mi doble papel como psicoterapeuta, no pude ignorar el potencial de un trastorno por estrés postraumático de segunda mano, una repercusión silenciosa de la exposición constante a imágenes angustiantes a través de las redes sociales y los medios de comunicación.

El impacto en la generación más joven en estas protestas plantea preguntas sobre el apoyo psicológico que necesitarán después. Presenciar sufrimiento y violencia generalizados deja una marca indeleble.

Mi preocupación se profundizó durante una conversación con una amiga cercana que lidiaba con el costo emocional del conflicto. Mi crítica apasionada, arraigada en mis experiencias como fotoperiodista en comunidades problemáticas, la afectó profundamente. Se confesó, revelando la lucha por encontrar sentido en su vida en medio de tanto sufrimiento. Esta revelación provocó una conversación larga, mientras intentaba inspirarla, enfatizando el profundo propósito que tiene su trabajo creativo, incluso en estos tiempos extraños.

En medio de este caos, surge una realidad desconcertante. El costo del conflicto, no solo para aquellos directamente afectados, sino también para la psique colectiva de las sociedades, es abrumador. Durante tres semanas, el pueblo palestino ha sido testigo de una pérdida devastadora de vidas. Según cifras de funcionarios israelíes y palestinos, se han perdido asombrosas 12,000 vidas en este conflicto. 1,400 vidas israelíes y más de 10,000 palestinos, entre ellos, 4,500 niños, cuyas vidas fueron truncadas de la manera más horrenda imaginable.

Antonio Guterres, el Secretario General de la ONU, captura acertadamente la gravedad de la situación, declarando en sus palabras que "La pesadilla en Gaza es más que una crisis humanitaria; es una crisis de la humanidad misma".

Como fotógrafo y psicoterapeuta, mi trabajo va más allá de documentar eventos. Reconozco la red interconectada de experiencias humanas y el eco del trauma en paisajes diversos. En mi trabajo con comunidades vulnerables a nivel mundial, he sido testigo de la resistencia del espíritu humano frente a la adversidad. Ahora, mientras el mundo lidia con las repercusiones del conflicto, mi misión permanece firme: capturar estos momentos, arrojar luz sobre el sufrimiento y brindar el apoyo y la orientación necesarios a los grupos con los que trabajo para ayudarnos a navegar estos tiempos tumultuosos mientras podamos.

Como mecanismo de afrontamiento, encuentro consuelo en mi trabajo durante las adversidades personales. Me sumerjo en el conflicto o asunto político más cercano, canalizando mi energía en escribir, leer, capturar fotografías y contribuir a movimientos alineados con causas justas. Es un método de afrontamiento que me ayuda a seguir adelante, una forma de desviar mis pensamientos de las luchas personales.

Sin embargo, para muchas personas, cuando la situación se invierte, cuando la violencia y brutalidad de la guerra invaden los aspectos personales de la vida, la necesidad de apoyo de salud mental se vuelve evidente. La depresión se cierne y el espectro del suicidio se convierte en una realidad alarmante. El flujo abrumador de información en las redes sociales sobre la guerra agrava aún más la situación, llevando potencialmente a un trauma de segundo grado para muchos.

La guerra, una presencia perenne en la historia humana, pero ha experimentado una transformación acelerada en la era digital. La forma en que percibimos y nos involucramos con el conflicto ha cambiado drásticamente. Solíamos vislumbrar la guerra en las noticias en momentos designados por el noticiero que se apoderaba de una mesa de la sala o tropezar con un tabloide en una esquina de la tienda de periódicos, recordándonos momentáneamente nuestra capacidad para la crueldad. Un boletín de radio podría interrumpir la melodía de nuestra canción favorita, arrojando luz sobre el sufrimiento de alguien a miles de kilómetros de distancia.

Sin embargo, ahora nos encontramos en un paisaje vastamente diferente. La información fluye a una velocidad sin precedentes y nuestra capacidad de atención se estira al límite. Un fotoperiodista arriesga su vida para capturar una imagen que parpadea en nuestras pantallas por unos segundos, rápidamente opacada por los últimos comentarios de una celebridad. Somos bombardeados con una sobrecarga constante de información en las redes sociales, una ráfaga de sonidos, visuales, ideas, ritmos y conceptos que asaltan nuestros sentidos.

Nuestros cerebros, capaces como son, luchan por procesar este flujo constante. Mientras navegamos por nuestros feeds en redes sociales, somos bombardeados con tantos estímulos diferentes que, después de un tiempo, nuestros cerebros tienen que adoptar un mecanismo de protección: dejan de retener toda esa información para protegerse del exceso. Esto plantea una pregunta pertinente: al presenciar la guerra desplegarse ante nuestros ojos en tiempo real en nuestros canales de redes sociales, ¿nos estamos volviendo gradualmente insensibles a estas imágenes? ¿O desviamos nuestra mirada, consciente o inconscientemente, porque comprendemos la futilidad de nuestras acciones en circunstancias tan abrumadoras?

Las imágenes que recopilamos en nuestras mentes y corazones como testigos de estos horrores no son simples instantáneas; son impresiones que perduran, dando forma a la propia estructura de nuestras vidas. ¿Cómo se manifestarán estas imágenes en nuestras relaciones, nuestro trabajo o los sueños que tenemos por la noche? El trauma que acumulamos, este trauma de segunda mano, encontrará su camino hacia la superficie, y temo que nuestra sociedad no está preparada para lidiar con sus consecuencias.

Al reflexionar sobre el estado del mundo, la interconexión de problemas globales y el impacto profundo del conflicto en la psique humana, me vienen a la mente las palabras de Pastor Niemöller que nos recuerdan lo importante que es estar unidos por la humanidad en momentos como este:

"Primero vinieron a por los judíos y no hablé porque no era judío. Luego vinieron por los comunistas y no hablé porque no era comunista. Luego vinieron por los sindicalistas y no hablé porque no era sindicalista. Luego vinieron por mí y ya no quedaba nadie para hablar por mí."

Estas palabras conmovedoras sirven como un recordatorio contundente de que la ubicación de un conflicto, la religión, creencias o raza de quienes son afectados, son inconsecuentes en comparación con la humanidad perdida en el proceso. Frente a un sufrimiento tan profundo, poseemos una de las herramientas más poderosas a nuestra disposición: nuestra "libertad de expresión", que puede amplificarse fácilmente a través de los sencillos dispositivos que llevamos a todas partes en nuestros bolsillos, a pesar de todo hay que reconocer que estos dispositivos son un arma de doble filo, pero también es la única manera de que nuestra voz se escuche haciendo provecho de el poder que tienen nuestras redes sociales. Sin embargo, aun no actuamos con demasiada frecuencia, no utilizamos esta herramienta para denunciar los crímenes que ocurren ante nuestros propios ojos.

A veces, en medio de todo el caos, es fácil recordar que aquellos que proclaman la ignorancia como una bendición pueden encontrar una apariencia de paz en su ceguera. Sin embargo, yo, por mi parte, no deseo tales bendiciones. En cambio, deposito mi fe en el poder del conocimiento, la empatía y el coraje inquebrantable de hablar en contra de las injusticias que afligen nuestro mundo. Todavía creo en nosotros, incluso a través de toda esta niebla que nos rodea y nos ciega, y... como estaba escrito un grafiiti en las paredes de una casa deteriorada en un barrio pobre de Bogotá, "Dejemos el pesimismo para tiempos mejores".

Miguel Amortegui
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