Hablemos con propiedad



ANA DE GÓNGORA. Junio 2017.

Sí, hablemos con propiedad y llamemos a las cosas por su nombre. Sobre todo los profesionales que viven de la palabra deberían esmerarse y hacer un mejor uso del lenguaje, también las personas que tienen una imagen pública. No sé cómo no se preocupan de esto los académicos de la lengua, en lugar de dedicarse a deslucir el idioma eliminando acentos, que ahora prefieren llamarlos tildes, cuando la tilde era exclusivamente de nuestra Ñ… También admiten en el diccionario vocablos (yo diría más bien “palabros”) o vulgarismos como “almóndiga”... ¿Por qué no eliminar de un plumazo toda la ortografía? Los estudiantes y muchas otras personas lo iban a agradecer; y total, ya les han suprimido el latín, la filosofía... Se ve que las letras ya no interesan, así que podrían cerrar la Real Academia y sus señorías dedicarse a sus tareas privadas.

Lo de llamar a las cosas por su nombre debería ser obligatorio para toda persona que se dirige al público, y cuando no lo hacen debería reclamárseles que lo hicieran, que no se sirvan de eufemismos ni circunloquios cuando es evidente lo que no quieren decir; siempre habrá personas que no lo capten, y si no quieren expresar lo que sea, que no hablen. De un tiempo a esta parte han surgido, sobre todo hablando de política, términos que enmascaran lo que podría decirse claramente. Dicen “posverdad” por aparentar ser políticamente correctos, cuando podría decirse “mentira”, “falsedad”, “manipulación”...

Luego están las modas. Ahora se llama “postureo” a lo que antes se decía “pose”, esto me gusta, se ha castellanizado el galicismo. También esta de moda llamar “cuñao” a todo aquel que opina de todo hablando de oídas sin contrastar lo que afirma. Esto sin tener en cuenta que hay cuñados muy dignos. Y decir de cualquier cosa “eso no, lo siguente”; ¿es que ya no saben que existen aumentativos y superlativos? Y el colmo es que la Real Academia ha aceptado e incluido el adjetivo “álgido” como sinónimo de “culminante” o “máximo” por el abuso que se hacía de él en este sentido, cuando su significado original era “del frío más extremo”.

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