Detrás del ‘Brexit’

ROBERTO BLANCO TOMÁS.

En una sección que se titula Tema del mes no podíamos dejar pasar un acontecimiento como el Brexit (acrónimo en inglés de “salida británica”, referida a su relación con la Unión Europea). Pero me van a permitir que me fije en otro aspecto que me preocupa especialmente, más allá de si el Reino Unido sale o no de la UE.



Y como pienso que cuando uno habla de temas tan complejos como éste debe dejar las cartas boca arriba para evitar ser malinterpretado, les diré que no soy precisamente un entusiasta de esta Unión: me parece un proyecto fallido de construcción europea; una “unión de mercaderes”, de funcionamiento bastante antidemocrático, que persigue el beneficio de los que más poseen y le importa poco o nada (más allá del “cara a la galería”) la situación de los que menos tienen. Una unión insolidaria y a ratos despiadada, como ha demostrado su lamentable actuación ante la crisis de los refugiados y el ominoso acuerdo en este sentido con Turquía. Por supuesto que estoy a favor del camino conjunto de todos los pueblos de Europa (y del mundo), de suprimir fronteras, de poder movernos libremente y no sentirnos extranjeros allá donde vayamos. Y es precisamente por eso que la Europa que veo no es para nada la que quisiera ver.

Dicho esto, debo decir que lo que he contemplado en torno al Brexit me ha dejado preocupado, y un tanto desanimado. Me explico: como he expuesto en el párrafo anterior, no es que falten precisamente razones para cuestionarse la pertenencia o no a la Unión Europea, pero me da la impresión de que no son tales razones las que se han tenido en cuenta para la decisión que ha tomado el pueblo británico. Lo que yo he visto en los medios (y reconozco que puede ser una visión bastante parcial, pues todos ellos defendían decididamente la permanencia del Reino Unido en la Unión, y es seguro que la información que ofrecían estaba cuidadosamente seleccionada) ha sido una apelación constante y rancia a los sentimientos identitarios, al patrioterismo, al chauvinismo e incluso a la xenofobia por parte de la mayoría de las formaciones partidarias del Brexit. En lugar de proveer de razones para la reflexión serena acerca de lo que es más conveniente para el pueblo del Reino Unido, se ha optado por la vía emotiva, que siempre es más efectiva porque ahorra el “procesado intelectual” de la información. Eso me parece sumamente peligroso, y ya digo: aunque soy más bien euroescéptico, no puedo por menos que sentir que “así no”.

La apreciación que acabo de exponer parece confirmarla el hecho de que, pocas horas después de conocerse los resultados, los medios e internet se llenaban de testimonios de británicos que se arrepentían de haber votado por la salida, unos por reconocer que no habían valorado bien las consecuencias, y otros porque pensaban que iba a vencer la permanencia y querían expresar así su crítica a las políticas del Gobierno. Es lo que ocurre cuando se actúa sin pensar, movido por los instintos, y coincidirán conmigo en que como fenómeno social es bastante impresentable.

Y lo que me preocupa es que ésta me parece justo la parte extrapolable de toda la historia. A lo mejor no con la salida o permanencia en la UE, pero puede ocurrir con cualquier otro tema. Siempre he defendido que la participación de los ciudadanos en la política debe ser activa, pero si queremos hacerlo tenemos también la obligación de informarnos y reflexionar para formarnos un juicio crítico, ya que en estas cosas no se puede obrar a la ligera. Porque si no tenemos una opinión formada, estaremos a merced de los oportunistas, los charlatanes y los autoritarios, que no dudarán en pulsar nuestros sentimientos, y lo visto en el Reino Unido parece probar que sigue funcionando tan bien como siempre. Al día siguiente nos arrepentiremos, pero ya no tendrá arreglo.

Hemos avanzado mucho a nivel técnico, pero todo apunta a que en términos políticos aún no hemos dejado la adolescencia. Es hora de ser adultos, o harán con nosotros lo que deseen en cada momento. Tal es la enseñanza que obtengo yo de este asunto del Brexit… que, por lo demás, tampoco va a ser el fin del mundo para nadie.

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