Desestructuración política

EDITORIAL. Queda claro que los partidos se alternarán ocupando el ya reducido poder estatal, resurgiendo como “derechas”, “centros” e “izquierdas”. Ya ocurren y ocurrirán muchas “sorpresas” al comprobarse que fuerzas dadas por desaparecidas emergen nuevamente y que agrupaciones y alineamientos entronizados desde décadas atrás se disuelven en medio del descrédito general. Esto no es una novedad en el juego político. Lo realmente original es que tendencias supuestamente opuestas podrán sucederse sin modificar en lo más mínimo el proceso desestructurador que, desde luego, las afectará a ellas mismas. Y si se trata de propuestas, lenguaje y estilo político, podremos asistir a un sincretismo general en el que los perfiles ideológicos quedarán cada día más borrosos. Frente a una lucha de eslóganes y formas vacías, el ciudadano medio se irá alejando de toda participación para concentrarse en lo más perceptual e inmediato. Pero la disconformidad social se hará sentir crecientemente mediante el espontaneísmo, la desobediencia civil, el desborde y la aparición de fenómenos psicosociales de crecimiento explosivo. Es en este punto donde aparece con peligrosidad el neoirracionalismo que puede liderar asumiendo formas de intolerancia como bandera de lucha. En este sentido es claro que si un poder central pretende asfixiar las reclamaciones independentistas, las posiciones tenderán a radicalizarse arrastrando a las agrupaciones políticas a su propia esfera. ¿Qué partido podrá quedar indiferente (a riesgo de perder su influencia) si estalla la violencia en un punto motivada por la cuestión territorial, étnica, religiosa o cultural? Las corrientes políticas habrán de tomar posiciones. Asimismo, las dirigencias tendrán que fijar posiciones respecto a una juventud que toma características de “grupo de riesgo mayoritario” porque se le atribuye peligrosas tendencias hacia la droga, el alcoholismo, la violencia y la incomunicación. Estas dirigencias que insisten en ignorar las raíces profundas de tales problemas no están en condiciones de dar respuestas adecuadas por medio de la participación política, el culto tradicional o las ofertas de una civilización decadente manejada por el dinero. Mientras tanto se está facilitando la destrucción síquica de toda una generación y el surgimiento de nuevos poderes económicos que medran vilmente con la angustia y el abandono psicológico de millones de seres humanos Si se pretende actualmente que las nuevas generaciones canalicen su desesperación en el tumulto musical y en el estadio de fútbol, limitando sus reclamaciones a la camiseta y el póster de inocentes proclamas, habrá nuevos problemas. Tal situación de asfixia crea condiciones catárticas irracionales aptas para ser canalizadas por los fascistas, los autoritarios y los violentos de todo tipo. No es sembrando la desconfianza hacia los jóvenes como se establecerá el diálogo. Por lo demás, nadie muestra entusiasmo por dar participación en los medios de comunicación social a las nuevas generaciones, nadie está dispuesto a la discusión pública de estos problemas a menos que se trate de “jóvenes ejemplares” que reproduzcan la temática politiquera con música de rock o se aboquen, con espíritu de boy scouts, a limpiar pingüinos cubiertos de petróleo sin cuestionar a las grandes compañías como promotoras del desastre ecológico. Cualquier organización genuinamente juvenil será sospechosa de las peores maldades al no estar apadrinada por un sindicato, un partido, una fundación o una iglesia “oficial”. Luego de tanta manipulación se ha de seguir preguntando por qué no se integran los jóvenes en las maravillosas propuestas que hace el poder establecido y se ha de seguir respondiendo que el estudio, el trabajo y el deporte tienen ocupados a los futuros ciudadanos de provecho. En tal caso nadie debería preocuparse por la falta de “responsabilidad” de gente tan atareada. Pero si la desocupación sigue trepando, si la crisis se hace crónica, si el desamparo cunde por doquier, veremos en qué se transforma la no participación de hoy.    

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